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Saber perder y saber ganar

El comportamiento de los perdedores es vital para la consolidación de las democracias.

Uno de los momentos fundacionales de la democracia colombiana fue la elección presidencial de 1836-1837. Fue entonces cuando, por primera vez, el gobierno de turno, a cargo de Francisco de Paula Santander, aceptó la derrota de las urnas y le entregó el poder al candidato victorioso de la “oposición”, José Ignacio de Márquez.
Es lo que hoy la ciencia política llama “el consentimiento del perdedor”, un principio fundamental que anima la existencia de los sistemas democráticos.
(También le puede interesar: Federalismo en Colombia)
Es un principio que debe reafirmarse en elección tras elección, aquí y en cualquier parte del mundo, aun en los llamados países desarrollados. Considérese tan solo la reciente experiencia en Estados Unidos, donde Donald Trump sigue reclamando que le “robaron” la elección de 2020. Tal reclamo de un mal perdedor, además de falso, mina seriamente la institucionalidad democrática estadounidense.
Un grupo de profesores de varias universidades publicó un libro de obligada referencia sobre el tema, citado antes en esta columna y que me parece oportuno volver a registrar (C. J. Anderson et. al., Consent. Elections and Democratic Legitimacy, Oxford, 2005).
Para Anderson y sus colegas,el comportamiento de los perdedores es vital para la consolidación de las democracias. Aceptar derrotas en las urnas es “consentir que gobiernen aquellos con quienes se está en desacuerdo”: esta es la premisa esencial para que la “democracia perdure y florezca”.

Aceptar derrotas en las urnas es ‘consentir que gobiernen aquellos con quienes se está en desacuerdo’: esta es la premisa esencial para que la ‘democracia perdure y florezca’.

El libro de Anderson y sus colegas estudia cómo han reaccionado los perdedores en las democracias, y el papel de las instituciones en “mediar” la frustración de la derrota. Es un estudio de suma relevancia, si bien lo ocurrido en la era de Trump sugiere revisar algunos de sus resultados.
Importa, pues, entender la centralidad del “consentimiento de los perdedores” en las trayectorias de las democracias. Pero otros hechos recientes, y no recientes, sugieren prestar tanta o más atención al comportamiento de los ganadores.
Regresemos al triunfo de Márquez en la Nueva Granada. Tras la derrota, Santander y sus partidarios condujeron la oposición sistemática al nuevo Gobierno, desde el Congreso y la prensa. Se quejaban de que el Gobierno irrespetaba sus derechos. Es un tema que exige ser estudiado. ¿Supieron Márquez y quienes lo acompañaban en el Gobierno manejar la victoria? ¿Cuál fue el comportamiento de los ganadores y cómo afectó entonces los destinos de la Nueva Granada?
Trasladar el interrogante sobre el “consentimiento del perdedor” al de quienes triunfan en las elecciones se ha vuelto ahora imperativo. Y lo es, sobre todo, frente a los “nuevos despotismos”, donde los ganadores en las urnas hacen esfuerzos por minar las instituciones para entronizarse en el poder. Es un fenómeno sin claro color ideológico, con manifestaciones en la izquierda y la derecha.
‘¿El consentimiento de los ganadores?’. Es, en efecto, el título de un artículo reciente que un grupo de profesores norteamericanos ha escrito a partir de la experiencia de Bolsonaro en Brasil (M. J. Cohen et. al., American Journal of Political Science, 01/2022). Allí, los perdedores en las últimas elecciones han mostrado más compromiso con las instituciones democráticas que el ganador, cuyas tendencias autoritarias amenazan el futuro de la democracia brasilera.
Ambos conceptos no son excluyentes. Más bien se complementan, aunque puede argumentarse que “la humildad de los ganadores” es quizás más importante que el “consentimiento de los perdedores” para la sostenibilidad de las democracias. Al ostentar el poder tienen la responsabilidad de dirigir sus destinos. Sí, hay que saber perder, pero también hay que saber ganar.
EDUARDO POSADA CARBÓ
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