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Responsabilidad de proteger

Tales políticas de abierto corte imperialista han sido causa de constantes males en el mundo.

Eduardo Posada Carbó
La opinión mundial ha seguido atónita los sucesos tras el retiro de Estados Unidos de Afganistán. Aunque la decisión de evacuar se conocía desde los acuerdos de Trump con los talibanes y las promesas de Biden durante la campaña electoral, pocos esperaban un derrumbe tan súbito del Gobierno afgano.
Más que asombro, los eventos recientes suscitan importantes interrogantes tanto sobre los desarrollos en Afganistán como otros de carácter más general.
¿Fue justificable la ocupación de Afganistán hace 20 años? ¿Cómo juzgar las dos décadas anteriores de esfuerzos por crear un orden alternativo con las fuerzas afganas opuestas a los talibanes? ¿Debió haberse extendido la ocupación? Tomada la resolución de evacuar, ¿pudo haberse hecho de otra forma?
Cada uno de estos y otros interrogantes relacionados merecen exámenes aparte que ocuparán la atención de académicos y analistas en años venideros.
Sin responder explícitamente al primero de ellos, el presidente Biden por lo pronto ha sentado doctrina al anunciar que su decisión “sobre Afganistán no es solo sobre Afganistán. Es sobre darle fin a una época de grandes operaciones militares para rehacer otros países”. Palabras más, palabras menos, es una especie de reconocimiento del error de hace dos décadas.
El pronunciamiento de Biden sobre “el fin de la guerra en Afganistán”, el 31 de agosto, fue dirigido casi que exclusivamente a un auditorio estadounidense. Su preocupación allí fue justificar ante su ciudadanía la validez de su decisión, y lo hizo sobre el principio de la “seguridad nacional”.
Pero su anuncio sobre el final de una era de operaciones militares para tratar de “edificar naciones y crear democracias” será de gran resonancia en la comunidad internacional. Tales políticas de abierto corte imperialista han sido causa de constantes males en el mundo.
Su abandono, sin embargo, abre inmediatos interrogantes sobre el papel de la comunidad internacional ante la situación afgana, como también frente a tantos graves problemas que exigen su atención y frente a los cuales, simplemente, no puede desentenderse.

El final de una era de operaciones militares para tratar de “edificar naciones y crear democracias” será de gran resonancia en la comunidad internacional.

En un ensayo bastante informativo, Lawrence Freedman, profesor emérito de King’s College, en Londres, ofreció en días pasados un repaso del “intervencionismo liberal” desde fines del siglo XX (‘Last of the forever wars’, New Statesman, 27/8/2021).
Freedman distingue tres períodos marcados por tres décadas a partir de 1991, 2001 y 2011, respectivamente. Y señala que el “cambio de regímenes” nunca fue parte esencial de la agenda “intervencionista liberal”, preocupada más con la necesidad de enfrentar desastres humanitarios, como en Ruanda y Kosovo.
De paso, Freedman menciona el principio de la “responsabilidad de proteger” (R2P, como se lo llama), elaborado a partir de una iniciativa del Gobierno canadiense y adoptado como norma por las Naciones Unidas desde 2005. Freedman no elabora sobre el tema, pero R2P puede ofrecer un mejor marco conceptual para la discusión. El lenguaje intervencionista es de suyo antipático. No se trata solo de una sutileza retórica. Alrededor de R2P ha venido surgiendo cierto consenso en las Naciones Unidas sobre cómo debe responder la comunidad internacional ante catástrofes humanitarias (ver artículo de Alex J. Bellamy en Ethics and International Affairs, 29:2, 2015).
“No es a través de infinitos despliegues militares”, reconoció Biden, como deben enfrentarse los graves problemas del mundo, sino a través de la “diplomacia, herramientas económicas” y colaboración internacional. Si hemos o no comenzado una nueva era, solo la historia lo dirá.
EDUARDO POSADA CARBÓ
(Lea todas las columnas de Eduardo Posada Carbó en EL TIEMPO, aquí)
Eduardo Posada Carbó
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