Hay fuertes razones para decir que ‘Sí’ a la pregunta sometida al plebiscito de los colombianos sobre el acuerdo de paz entre Gobierno y Farc, este domingo –filosóficas y prácticas, políticas y económicas–.
Por encima de todo, al refrendar los acuerdos estaremos dando un paso importante en la conquista del derecho básico a la vida –esta es la razón ética fundamental que los sustenta–. Con el fin del conflicto, existe la posibilidad de ponerle fin a la verdadera tragedia humanitaria que ha azotado al país en las últimas décadas: homicidios, secuestros, desplazamientos forzosos, campos minados, niños expuestos a la guerra...
No es un argumento por un mal menor. Se trata aquí de optar por un valor mayor y prioritario: la vida humana. Este se antepone a otros valores. Y sirve de criterio frente a las agonizantes disyuntivas que puedan plantear los acuerdos sobre valores en conflicto.
En su lúcido ensayo ‘The pursuit of the ideal’, que repaso una y otra vez, Isaiah Berlin reflexionó ante la necesidad de transigir entre objetivos no siempre compatibles. Berlin advirtió que la búsqueda de soluciones perfectas es “impráctica” y “conceptualmente incoherente”. Por eso estamos abocados con frecuencia a transar entre valores que, en términos absolutos, chocan entre sí.
Para Berlin, la “primera obligación es evitar sufrimientos extremos”. Aceptaba que en algunas “situaciones desesperadas” las guerras y revoluciones pueden ser quizás inevitables. Pero la “historia nos enseña” que ellas no garantizan mejorías. Ni existen certidumbres sobre sus resultados. Hay que examinar las circunstancias de momentos concretos y decidir entonces entre las opciones que tenemos.
Encuentro las reflexiones de Berlin bien relevantes ante los acuerdos de paz, tanto por sus razones filosóficas como prácticas.
Considérense las décadas de conflicto y los frustrados intentos de negociaciones pasadas, frente a las perspectivas que se abren con la refrendación de los acuerdos. La aparente incompatibilidad entre paz y justicia absoluta exige transacciones y ha querido resolverse a través de la justicia transicional.
Y lo prioritario: ha ganado ya la vida humana, como se ha comprobado tras el desescalamiento del conflicto que acompañó al proceso de negociaciones.
Existen además razones políticas para decir que ‘Sí’ a los acuerdos. Entre ellas, una de las más importantes es la posibilidad de consolidar la democracia, con raíces mucho más fuertes y libre del discurso legitimador de la lucha armada que propició tanta violencia. Podrán fortalecerse los procesos electorales y el debate sobre las políticas públicas.
Se abren así mismo posibilidades para el crecimiento económico y mejoras en bienestar social. El foco de los acuerdos en el sector rural permite visualizar una mayor producción agropecuaria que, al tiempo, garantice un desarrollo regional más equilibrado y frene las voracidades del desbordamiento urbano. Se mejorarán las condiciones para el turismo y, en general, para la inversión doméstica y extranjera. Todo esto deberá traducirse en más empleo, menos pobreza y menos desigualdad.
Y en paz ganaremos dignidad, respeto y aceptación en una comunidad internacional de la que hemos sido parias.
Por supuesto que hay que matizar estas ilusiones de un mejor porvenir con dosis de realismo. La efectividad de los acuerdos depende de muchas variables impredecibles.
Tenemos frente a nosotros un texto elaborado tras cuatro años de negociaciones serias e intensas, que ha recibido amplio respaldo internacional. ¿Imperfecto, con riesgos? Sin dudas. Pero existen importantes razones para decirle que ‘Sí’ a la paz acordada.
Eduardo Posada Carbó