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El mundo, en suspenso

La experiencia con el coronavirus permite entender las posibilidades y limitaciones de democracias.

“Los riesgos existenciales convierten las democracias en cosas superfluas. Es uno de los problemas examinados por David Runciman, profesor de Cambridge, en su libro sobre la crisis de las democracias. Puesto en términos extremos: “Enfrentados al fin del universo, la muerte de la democracia parece un asunto muy trivial”.
El coronavirus, esa peste originada en China en año nuevo, no anticipa ‘el fin del universo’. Pero su expansión global, que mantiene al mundo en suspenso, invita a reflexionar sobre los dilemas identificados por Runciman. Deben examinarse en forma comparativa. ¿Son otros sistemas de gobierno más efectivos que las democracias para lidiar con catástrofes?
Considérense los desarrollos del coronavirus en China. Algunos señalarán la capacidad del Gobierno allí para construir hospitales en dos semanas e imponer la mayor cuarentena en la historia –60 millones de personas ‘encerradas’ en la provincia de Hubei–. Si se logra contener el virus, el éxito de tales acciones favorecería el argumento de quienes defienden el llamado ‘autoritarismo pragmático’.
Tal sería, sin embargo, un razonamiento a medias y falso. La rápida expansión del virus puede explicarse en parte por una de las características fundamentales del Gobierno chino: las restricciones de la libertad de expresión. Sin tales restricciones, las noticias sobre las primeras manifestaciones del virus se hubieran divulgado más temprano. Así se hubiesen podido tomar medidas más oportunas.

Son lecciones que ilustran tensiones no resueltas sobre
la libertad en momentos de ‘riesgo existencial’, aunque es claro que
sin libertad de expresión los
‘riesgos existenciales’
se agravan.

Mientras el virus se expandía, la vida en Wuhan, la capital de la provincia, transcurría en tinieblas sobre el problema. Uno de sus distritos celebraba el acercamiento del año nuevo con un masivo banquete que congregó a 40.000 familias, según lo relata Wang Xiuying, habitante en cuarentena. El primer médico en prender las alarmas en un chat digital con sus colegas fue arrestado, dizque por difundir rumores: Li Wenliang, quien poco después murió tras contraer el virus, es ahora una especie de héroe nacional.
Sería pueril plantear la discusión como una entre dos modelos simples y contrapuestos: democracia versus autoritarismo. Las preocupaciones electorales inmediatas en Estados Unidos, por ejemplo, podrían estar afectando las posibilidades de una reacción más adecuada del Gobierno norteamericano ante un problema de serias dimensiones internacionales.
No hay democracias ni autoritarismos puros. Unas y otros funcionan de manera distinta en distintos países. Exámenes sistemáticos de las diferentes experiencias con el coronavirus permitirían entender mejor las posibilidades y limitaciones de las democracias para enfrentar catástrofes, el interrogante planteado en esta columna.
La experiencia china, como observa 'The Economist', deja varias lecciones, dos de ellas particularmente relevantes para el tema que nos ocupa. La primera es la necesidad de mejor información para evitar epidemias. En palabras de Jamil Anderlini: las emergencias de salud pública exigen “información veraz, transparente y oportuna” (Financial Times, 10/2/2020). La segunda es la importancia de la acción estatal: los gobiernos pueden contener la expansión del problema, pero a veces con medidas tan extremas como poner en cuarentena a poblaciones enteras. Son lecciones que ilustran tensiones no resueltas sobre la libertad en momentos de ‘riesgo existencial’, aunque es claro que sin libertad de expresión, los ‘riesgos existenciales’ se agravan.
Un mundo en suspenso por el coronavirus debería estar además muy alerta contra las xenofobias. Se requieren políticas concertadas internacionalmente, que partan del reconocimiento de las bondades de la globalización.
Eduardo Posada Carbó
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