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Música en pandemia

No hay que esperar notorias obras para reconocer la enorme creatividad musical durante este tiempo.

Desde hace tiempo adquirí la costumbre de prender la radio en las mañanas. No para escuchar las noticias, llenas de los horrores de la humanidad, sino para comenzar el día con música.
En tiempos de pandemia, la música ha sido para muchos la mejor compañía.
Para quienes se dedican al oficio, sin embargo, han sido tiempos duros, como lo ha sido para todos los que se ocupan en las “artes vivas”, identificadas por su comunicación directa con el auditorio en escenarios públicos o privados, como el teatro, el baile y la ópera.
Los tiempos eran duros antes del virus que ha tenido al planeta en suspenso por más de un año. Golpeada por una revolución tecnológica que hizo de discos y casetes piezas de museo mientras abonaba la piratería, la industria musical se había venido al suelo. La salvó el streaming, base de los servicios digitales, que, por una modesta suma mensual, abre el acceso a toda la música del mundo.

Para quienes se dedican al oficio, sin embargo, han sido tiempos duros, como lo ha sido para todos los que se ocupan en las “artes vivas”, identificadas por su comunicación directa con el auditorio.

Fabuloso para consumidores, el streaming sirvió de salvavidas a la industria. Otra ha sido la suerte de los músicos, compositores o intérpretes. El funcionamiento del streaming es tan complejo como inentendible. Una cosa, no obstante, es clara: por su estructura piramidal, unos pocos artistas ganan; el resto recibe peniques.
Antes de la pandemia, por lo tanto, la vida de los músicos comenzó a depender mucho más de los conciertos en vivo, de las actuaciones en esos mismos eventos que se vieron apagados de la noche a la mañana para contener la expansión mortífera del covid-19.
Es legendario que los tiempos de crisis han originado fabulosas creaciones artísticas –el Decamerón, de Boccaccio, fue fruto de la plaga–. “La epidemias –observa el historiador Simon Schama– son los grandes reacomodadores de la historia, más formativas que las revoluciones y las guerras”.
Es muy temprano para saber qué producciones musicales bajo la pandemia harán historia. Josh Spero recuerda compositores de música clásica que respondieron a momentos críticos, como Olivier Messiaen en la Segunda Guerra con su “apocalíptico Cuarteto para el fin de los tiempos” (Financial Times, 31/3/2020). Pero no hay que esperar obras tan notorias para reconocer la enorme creatividad musical desplegada en estos tiempos pandémicos.
Ha sido una creatividad notable, acompañada de escenarios caseros e improvisados, donde pianistas y cantantes, violinistas y tamboreros e intérpretes de los más diversos instrumentos convirtieron sus habitaciones en estudios musicales que han animado con sus artes nuestra frágil existencia. El “poder” de estas expresiones, como señala Spero, se encuentra en su doble proyección de “soledad y solidaridad”.
Y todo ello gracias a la revolución tecnológica que ha permitido, a través de celulares, la proyección global de conciertos hogareños. Aunque la solidaridad por medio de la música se hizo también sentir de manera presencial, como la proyectada en las memorables escenas de balcones italianos con sus vecinos cantando en coro –expresiones, según los profesores David Greenberg e Ilanit Gordon, de la necesidad de establecer lazos humanos que la música hace posible–.
Para la mayoría de los músicos, el contacto directo con el público es fundamental. Algunos pueden quejarse de las duras exigencias de sus conciertos en correrías: “La falta de sueño, la mala comida, la vida inestable”, dice la cantante Kate Nash. Pero añade: “Cómo me hace falta”.
La misma producción musical requiere compañía física. Aunque orquestas como la Sinfónica de Colombia, como tantos otros músicos, desafiaron la pandemia con un maravilloso “obsequio al mundo”, variaciones de Elgar que arrancan nostalgias, lágrimas y ganas de vivir.
Eduardo Posada Carbó
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