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Atmósfera para la paz

Con mayores garantías para el derecho a la vida, se puede construir una sociedad civilizada. En paz, la prosperidad económica podrá traducirse en bienestar humano.

Eduardo Posada Carbó
Dice en su introducción el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto: “El Gobierno y las Farc-Ep (...) una vez realizado el plebiscito convocarán a todos los partidos, movimientos políticos y sociales, y a todas las fuerzas vivas del país a concertar un gran ACUERDO POLÍTICO NACIONAL encaminado a definir las reformas y ajustes institucionales para atender los retos que la paz demande” (p. 5).
Hubiera sido preferible suscribir ese “gran acuerdo” antes y no después de lo pactado en La Habana. Aunque este tipo de reflexión parezca tardía, es, sin embargo, oportuna frente al clima de crispación en el que se desenvuelve el plebiscito. Es un momento de crispación además profundamente paradójico: un pacto que busca reconciliaciones puede dejar al país mucho más dividido.
Según el presidente Santos, el gran desafío para el plebiscito es “poder neutralizar casi cuatro años de mentiras y de desinformación, que han hecho mella, que han confundido mucho a la gente”. Es claro que corresponde al Gobierno y los partidarios del ‘Sí’ responder a las dudas y críticas, sobre todo si estas van acompañadas de falsedades y equívocos.
No obstante, el plebiscito tiene otros grandes retos, tanto o más importantes. Por su naturaleza y sus objetivos, el gran desafío de un plebiscito que busca afianzar la paz estable y duradera es no dejar en el camino semillas para nuevos conflictos sectarios en el futuro.
La campaña por el ‘Sí’ tiene entonces un doble desafío. El primero es el más simple del triunfo, un reto numérico, de umbrales y mayorías. El segundo no es solo sustancial, sino también definitorio: evitar mayores escisiones sociales. Pues un plebiscito por la paz que deje como resultado un país dividido, sujeto a enemistades irreconciliables, sería sumamente contradictorio –casi que negaría su cometido–.
Para lograr sus propósitos, la campaña por el ‘Sí’ debe ser muy cautelosa frente a sus opositores. En vez de entrabarse en pugnas que alimentan más odios, sería sabio concentrar los esfuerzos en promover las perspectivas que se le abren al país tras la conquista de la paz.
Hemos ganado ya en vidas. Con mayores garantías para el derecho a la vida, se puede construir una sociedad civilizada. En paz, la prosperidad económica podrá traducirse en bienestar humano. Se abren enormes posibilidades para el desarrollo del campo, particularmente golpeado por el conflicto. Habrá mayores oportunidades para la inversión extranjera. La democracia podrá consolidarse. Dejaremos de ser parias internacionales.
¿Ilusiones? Pueden repasarse ciertas disyuntivas. Construir el futuro o vivir en el pasado. Un horizonte de esperanzas contra una pared de frustraciones. Nuevas generaciones llenas de sueños o condenadas a volver sufrir las amargas experiencias de las viejas.
No se trata de vender falsas ilusiones, sino de difundir ese mensaje de posibilidades que representa la paz, el fin del conflicto armado. De triunfar, una campaña por el ‘Sí’ que sepa difundir tal mensaje sería no solo consecuente con el propósito fundamental del Acuerdo Final, sino que dejaría abiertas las puertas para que los del ‘No’ puedan reconsiderar y eventualmente unirse a la convocatoria anunciada para después del plebiscito.
Importa insistir en que, por definición, los plebiscitos son divisorios, al plantear elecciones donde no caben términos medios. Por ello, un plebiscito que busca la reconciliación lleva consigo el riesgo de conducir a caminos contrarios. No es un argumento contra el plebiscito. Es una simple advertencia ante un debate donde la pugnacidad parece opacar la atmósfera de paz que debería estar rodeando al mismo plebiscito.
Eduardo Posada Carbó
Eduardo Posada Carbó
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