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Sobre Estación Rimbaud

Rimbaud también podría entronizarse como paradigma, no del revolucionario, sino del empresario colonialista que admiró Marx y del espíritu del capitalismo.

Eduardo Escobar
El festival de poesía de Medellín, como se sabe, está entrañablemente unido en espíritu al partido comunista colombiano, al cual sirve como plataforma de sus relaciones internacionales (a veces invita al director de Voz, el menos poético de los seres), y acaba de publicar un libro sobre Rimbaud. El libro, por los anuncios, es una antología de textos sobre el poeta galo, como dicen con pobre expresión sus compiladores, escritos por algunos de sus comentaristas más autorizados, como Ives Bonfoy, y supongo que ha de contener una antología de los mejores poemas del hijo de Frederick Rimbaud, un militar que quiso traducir el Corán, y de Vitalie Cuif, una señora puritana y amarga que a veces golpeaba al poeta.
Como todos sabemos, Rimbaud es una figura singular en la historia de la poesía universal. Escribió su obra antes de los 20 años e inauguró una escritura exclamativa, acezante, expresiva de las angustias del desarraigo, en 'Una temporada en el infierno', conjunto de poemas en prosa que uno jamás se cansa de leer y padecer. Entre la mística y el descuartizamiento de la perplejidad, 'Una temporada en el infierno' anticipó una forma de escribir que culminó en la modernidad en escritores como Beckett y Thomas Bernhard. Y es lícito, aunque suene blasfemo, comparar la experiencia extrema de sí misma de santa Teresa en sus éxtasis con las experiencias espirituales de Rimbaud. Claudel lo llamó místico en estado salvaje.
Pero no se trata aquí de ensayar sobre ese poeta estrambótico, sino de resaltar los abusos de nuestros intelectuales de izquierda, que ahora aspiran a apropiárselo, para exaltarlo como el niño rebelde porque con mucha probabilidad participó en las horribles jornadas de la comuna de París, que representaron el fracaso definitivo del marxismo y del anarquismo de Bakunin, y donde el poeta niño, según algunos biógrafos, solo consiguió la humillación de ser violado; era hermoso como un ángel, no sé si por las soldadescas del establecimiento o por las turbas revolucionarias, que son siempre las caras de la misma moneda del irracionalismo.
Rimbaud también podría entronizarse como paradigma, no del revolucionario, sino del empresario colonialista que admiró Marx y del espíritu del capitalismo. Si una cuarta parte de su vida la dedicó a crecer y a estudiar latín, y árabe como su padre, refugiado en un armario, y otra a la producción de su espléndida obra, las otras dos las entregó a enriquecerse, comerciando con armas y esclavos, haciendo transacciones cafeteras con bandidos, con pasión indomable. Cuando empezó a podrírsele la pierna en el empeño de ser un hombre rico, que además desdeñaba la poesía y consideraba su pasado de poeta una pérdida de tiempo, tenía además, cuenta Henry Miller, destrozados los intestinos por el peso de la bolsa del oro en la cintura de la que no se desprendía ni siquiera para dormir. Hay que ser completamente moderno, había proclamado su poema mayor.
Su participación en la comuna, de haberse dado porque es apenas una suposición en su leyenda, fue el comienzo del desastre de su vida. Cuando ya había atesorado un montón de francos, quizás cuarenta mil, con los cuales aspiraba a establecerse según su sueño de ratón filisteo, en una pequeña casa en la provincia francesa con una mujercita de su clase y un hijo para educarlo en sus ideas, lo emboscó la muerte. Los ahorros le alcanzaron para costear el tratamiento, unas muletas y el funeral, y para pagar a su criado de Yemen, que, según dicen, además era su amante.
Nada obsta para que Rimbaud ocupe un lugar glorioso en la crónica de la poesía moderna. Pero molesta que los comunistas colombianos quieran apropiarse abusivamente de su martirio junto al indecible cantor de ‘Tirofijo’ y el gerente del festival de poesía de Medellín. ¿Por qué seguir ponderando la sangrienta comuna? ¿Por qué enamorarse de los fracasos?
Eduardo Escobar
Eduardo Escobar
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