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Galimatías de los virtuosos

Los virtuosos pueden ser letales. Sobre todo cuando se asumen como redentores.

Eduardo Escobar
Marx pensaba que los hombres no tienen alma sino estómago y no tienen principios sino intereses. Mandeville quiso probar en la Fábula de las abejas que los vicios privados hacen la prosperidad pública. Pero es obvio que el hombre de Hobbes puede ser altruista. El lobo es el ascendiente del perro que todos queremos como a un hermano. Aunque a veces nos parezcamos a su abuelo. Los virtuosos pueden ser letales.
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Sobre todo cuando se asumen como redentores. Jesús anticipó que su prédica misericordiosa traería disensiones entre padres e hijos, guerra y espada. Y la humanidad encendió muchas hogueras en su nombre. Los inquisidores se esforzaban por lograr que sus víctimas aceptaran la absolución de un confesor antes de subir a la pira. Por caridad. Eso se llama retorcimiento, supongo.
Tomás Carrasquilla elogió la pereza contra la acción. El tema lo había tocado Dickens en David Copperfield. El espíritu fáustico benefició al género humano muchas veces. Y provocó terrores innombrables. No hay una inocencia de la acción. Los arcanos develados del átomo nos heredaron al sesgo la amenaza de los arsenales nucleares.
Todas las cosas proyectan una sombra. Y dicen que la conciencia irradia del légamo de las emociones del Arcaico que conservan a jirones los genes. Y que el neocórtex arraiga en el cerebro de la serpiente. Si no es verdad es una buena metáfora.
La civilización cristiana entre pavores logró imponerse la paz relativa del respeto del individuo y su libertad, una comunidad de valores al cabo de convulsiones atroces. El humanismo renacentista atraído por la curiosidad hacia la ciencia pero advertido contra el conocimiento por las certezas ciegas de la fe quemó a Bruno. Y los intelectuales de la Ilustración propiciaron la sangría pánica de la Revolución francesa, en honor de la diosa Razón sacralizaron la guillotina, y entre incendios y depravaciones proclamaron un cuerpo de normas, las instituciones liberales básicas. Unos derechos ya indiscutibles.

Tal vez el fin de la guerra está cerca. La humanidad progresa moralmente aunque no parezca.

Tal vez por eso la idea de revolución debería ser superada. La tarea fue hecha. Y la guerra de clases lo mismo que la guerra entre naciones en la aldea planetaria ahora trasfundida en el cerebro colectivo de la red es un anacronismo. Tal vez el fin de la guerra está cerca. La humanidad progresa moralmente aunque no parezca. Antier apenas los niños eran tratados como burros. Y para drenar el resentimiento les declararon la guerra a los pájaros. La lapidación del sapo era un torpe deporte ayer todavía.
Muchos al crecer se sacrificaron por la ficción de unas entelequias aprendidas en alguna cartilla asiática arrastrados a la violencia por el miedo que es miope y el odio que ve más de la cuenta. Hoy los ejércitos tienden a ser de mercenarios. Nadie compromete ya su honor en las matanzas. Se batalla por la paga. Si fuera vil, es más razonable que inmolarse por el trapo de la bandera de un partido, o por una fe fofa o una roca.
En el siglo XX los muros gritaban REVOLUCIÓN en todas partes. El triunfo bolchevique plagó el planeta de ansiosos que leían el Manifiesto comunista como los catecúmenos sus salterios al caer la tarde. Y soñaban con el famoso fantasma de la primera frase. En tiempos de María Cano hubo en el Líbano, Tolima, un periódico llamado con candidez El Moscovita. En el entusiasmo de índole religiosa nadie leía a Marx en serio, pero las noticias de los periódicos inflamaban los corazones de los que se sentían desairados y con derecho a ser felices. Kazantzakis escribió un libro donde equipara a Lenin con Jesús y Buda. El espíritu de los tiempos ya arrejuntaba la malicia con la teología.
El Che Guevara fue la última víctima notable de la tontería del heroísmo revolucionario moderno. Canonizado por los jóvenes levantiscos con odas macarrónicas, (mea culpa), el virtuoso después peló el cobre del sicópata, capaz de la desfachatez de confesar al padre que le dio la vida el placer que encontraba matando, sin pensar que así le manifestaba su desprecio.
EDUARDO ESCOBAR
Eduardo Escobar
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