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Contra la desesperanza

En las conmociones sociales las personalidades débiles suelen dejarse arrastrar en la confusión.

No desesperes ni siquiera porque no desesperas, escribió Franz Kaf-ka hace un siglo. Y que el que espera desespera, se dijo también. Y que el mundo es verde y sin embargo no hay esperanza, clamaba el nadaísta Humberto Navarro en el desaliento de los años sesenta en Medellín. Cuando padecimos tantas hambres de justicia y de fe y hasta de una colada, y fundamos el nadaísmo sin saber qué era. Casi todos luchábamos con un padre, temíamos a la policía que representaba su autoridad en la calle, y nos gustaba la noche. Dejamos el día a los que trabajaban.
En las conmociones sociales las personalidades débiles suelen dejarse arrastrar en la confusión a los desórdenes de la ira. La interioridad se descompone. Desata los frenos de la cortesía la bestia del origen, y vuelve el espíritu reprimido de la horda a incendiar y romper. La babosa masa que adulan los intelectuales de la corrección política desde la trinchera de sus escritorios hipersensibles, lejos de la asonada, con más lágrimas que argumentos, ansiosos del aplauso de la turba. La desinformación del dios Rumor ya emponzoñaba los campamentos de los aqueos en Troya antes de las redes sociales que hoy la agudizan, y hay quienes le añaden aún la cizaña retórica, el desmadre prosódico y conjugan el léxico completo de las quejas, pues suponen que existe una armonía y la merecen.
Hace años un libro de René Dubos, de la Universidad Rockefeller, que compré en una librería de viejo, me tocó con la intuición de una fe distinta, como todas absurda, pero que cura el miedo cuando el horizonte aúlla. Después de cultivar el malestar existencialista y de padecer el sarampión del extremoizquierdismo, de combatir el orden establecido con la ofensa, el galimatías, el manifiesto panfletario, la inútil violencia y el escándalo, se me apareció la confianza como recurso contra la amargura. No como un consuelo de la resignación impotente, como una certeza avalada por la historia, desde entonces me concedo el valor de creer sin humildad ni ufanía que la humanidad se dirige a la revelación inevitable de un arcano, errando, tropezando, forzando focos de luz en la caliginosa ignorancia. Miro el mundo en ascuas.
En peores lugares de la noche se ha visto la tribu encargada del peso de la conciencia, en fuga de las infamias de la naturaleza hacia el artificio, atraída por los espejismos de la nostalgia de la edad de oro. Jamás sana el exilado el sentimiento humillante de la expulsión del paraíso legendario. Pero alguien dijo que para refundarlo solo se necesita estar desnudo.
Algunos leen el pavor presente con el criterio del catecismo del catolicismo viejo que entendía los desarreglos colectivos como un castigo por la caída en los vicios del diablo. El dios interior que me enseñó a escuchar Dubos me dicta que las verdaderas revoluciones no las hacen las turbas agitadas sino la evolución de las herramientas, el esfuerzo creador de empresa, las matemáticas, los ingenieros, la técnica, la soledad de los biólogos y los perseguidores de fermiones. Lo demás es la crónica roja.
Yerra quien plantea el futuro a partir de los aspectos negativos de la cultura. Nunca diremos todo lo que representó para la especie la invención del bombillo. El problema del mundo moderno en su complejidad es de administración. Las supersticiones, la patria, el mito del pueblo son ficciones ideológicas que perpetúan la tradición de la violencia, el espíritu cazador. Un poeta obvio dijo que la automatización agravará el desempleo peor que el ocio del jubilado rico que convierte su vida en unas vacaciones. La charanga horrísona de la simultaneidad vibra en los teléfonos de bolsillo que reemplazaron el alma. Perdida para nosotros en los laberintos del racionalismo alemán, según el padre de Humberto Navarro. Don Delio vivió para pintar un viacrucis al óleo muy empastado mientras hablaba con un gato. Y la voz de redoblante salía del cuello estriado como un nervio del que colgara una corbata de alquimista pobre.
EDUARDO ESCOBAR
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