¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

La palabra ‘masa’

Cuando la masa se levanta como un fenómeno natural semeja la avalancha, la marejada.

Desde la Biblia hasta la Revolución francesa se usó la palabra ‘pueblo’ para referirse a los ciudadanos del montón. Debieron ser los primeros marxistas los que describieron a la muchedumbre como masa, echando mano de una voz que había servido, desde Aristóteles, con connotaciones físicas más escuetas, para nombrar cualquier clase de materia sin desbastar. A la verborrea política la palabra ‘masa’ debió llegar intermediada por la jerga de la panadería después del desastre de la segunda comuna. Como metáfora, la trasposición se sostiene. La masa es eso que golpea el panadero en su mesón para amansarla hasta que alcance la homogeneidad requerida antes de pasarla al fuego. Y luego al mostrador del mercadeo. Desde siempre unos amasan y otros van al horno con honor.
Pero la masa es más que el pan del demagogo o el mendrugo del mendigo. Y tiene un olor más agrio: el pan recién sacado esparce el aroma puro de la llama. En cambio la masa emite husmos de angustia, adrenalina, cortisol y testosterona. La masa es siempre amenazante por su dinámica: a ese gran animal ciego cuando empieza a comer le cuesta sentirse saciado. Pero no es muda: tiene múltiples lenguas hablando al tiempo como en Babel. Y tampoco es sorda. Ama el halago, que la azucen y la usen, ser arreada. Rusia lloró la muerte de Stalin a moco tendido. Las masas se aplastaban por mirar el cadáver del tirano a través del velo de lágrimas. Algunos saben cómo hacerle creer a la masa que hace historia mientras marcha. Y la masa obedece al engaño en un mutuo envilecimiento. Pero la historia la moldean personas solitarias y sedentarias.
Las palabras cortas de fácil recordación son el forraje de la masa. Y las rimbombantes la excitan hasta el paroxismo. Las que tanto mal nos hacen según un poeta irlandés. Las que suenan tan bien cuando las acompañan los tambores, corales de pitos y el címbalo de la tapa de una olla vieja. Importa el ruido más que las razones, la gritería suele concurrir a los patíbulos y los incendios. Las batucadas parecen inocentes. No son tanto: convocan el atavismo sombrío del espíritu guerrero a la asonada y el pillaje. Hay más que economía en la ira de la multitud. Nudos sicológicos, enredos edípicos, desasosiegos existenciales. El adolescente que quema un policía revela muchas veces una relación conflictiva con un padre autoritario nada más.
Cuando la masa se levanta como un fenómeno natural semeja la avalancha, la marejada. Y avanza aplastando todo. Perdida la individualidad laboriosamente construida en el trato social, asoma la fantasía del héroe narcisista. Pero en los tiempos modernos el heroísmo está obsoleto. Nadie puede hacer un triunfo de su muerte si no es un dios.
Cualquier pretexto le sirve a la masa para su espantoso ejercicio. Un equipo de fútbol. Un concierto. Una peregrinación devota. Y a veces alguien en la sombra dirige con suaves ademanes el desafuero. O convierte un tropel de cantina en oportunidad como hizo Hi-tler, un hombrecito que del asfalto saltó a la tribuna como una rana y reinventó el infierno. El hombre actual, tan celoso de su intimidad, aún experimenta urgencias de participar en la estampida rebañega. De tanto en tanto a todo lo largo de la historia los vándalos corrieron las calles de las ciudades. Las crisis de las manadas no son novedad. El único problema real ahora es cómo superar el carácter del antiguo pirata, y la fea palabra ‘lucha’ que se oye tanto en las concentraciones populares, cuando aflora el resentimiento contra el Gobierno, el Presidente, los ricos, los bancos o el imperialismo, en una simplificación pueril que supone una humanidad dividida en víctimas y verdugos, castas perjuras y pueblos nobles que ejercen la justicia del saqueo. En El asesinato de Cristo, venenosa requisitoria contra el “hombrecito masivo”, Wilhelm Reich dice que la masa hechiza al líder. Para que le lleve el peso del autodesprecio. Y al impacto siguen los pactos. Y todo cambia para que todo siga igual.
Eduardo Escobar
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO

Más de Redacción