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Ni un paso atrás

¿Debemos conformarnos con infraestructura del siglo pasado? No.

El programa de expansión de infraestructura de transporte del Gobierno Nacional ha sido, sin lugar a dudas, uno de los mayores logros de la historia reciente. La sola iniciativa conocida como 4G incluye más de 30 proyectos ya adjudicados por valor de 50 billones de pesos. Esto es algo que no tiene antecedentes ni en el país ni en la región. Más de una docena de tales proyectos cuentan en la actualidad con cierre financiero y la ejecución de obras ya empieza su avance. 
Esta ambiciosa apuesta fue la correcta, y pese a las dificultades asociadas con una empresa de semejante envergadura, no podemos retroceder ni considerar escenarios que no incluyan continuar por esta senda. Sin infraestructura de calidad no tendremos capacidad de competir ni de alcanzar las propias metas de desarrollo económico.
En esta misma columna he criticado fuertemente el estado de algunas carreteras, destacando el enorme desafío que aún tenemos por delante. Ese mismo desafío, sin embargo, es la razón más contundente para continuar, e incluso expandir, las políticas del Gobierno en estos temas. Y no lo ha tenido fácil. El primer problema fueron los varios años que tomó reformar la estructura del Estado y cambiar las normas para financiación y contratación de proyectos. Entre muchas otras cosas, fue necesario inventarse la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI), la Financiera de Desarrollo Nacional (FDN) y la ley de infraestructura.

Sin infraestructura de calidad no tendremos capacidad de competir ni de alcanzar las propias metas de desarrollo económico.

Y justo cuando empezábamos a entender que ese tiempo había sido necesario para una correcta planeación y estructuración del sector nos llegó el escándalo de corrupción asociado con la constructora Odebrecht, minando la confianza de los inversionistas y poniendo en jaque los cierres financieros de algunos proyectos. Y justo cuando empezamos a superar esta dificultad y a recobrar la fortaleza ocurre la tragedia en la que fallecieron diez personas en la obra del puente de Chirajara (cuyo diagnóstico del colapso debe hacerse con el mayor rigor y detalle y deberá estar en capacidad de superar cualquier análisis técnico y científico).
¿Nos equivocamos entonces? ¿Debemos conformarnos con infraestructura del siglo pasado? ¿No estamos listos para carreteras con túneles y viaductos? ¿Nuestra ingeniería es incapaz de atender las necesidades de la sociedad? Mi respuesta para todas estas preguntas es un contundente no.
Sin pretender tapar el sol con las manos ni buscando justificar toda equivocación, mi aproximación a las legítimas dudas y preocupaciones del momento es que los retos grandes vienen acompañados de riesgos grandes. Sin riesgo no hay ganancia, enseñamos en nuestras clases de finanzas. El que no arriesga un huevo no saca un pollo, dice nuestra cultura popular. El problema es que los riesgos pueden materializarse y traer consecuencias negativas, tal y como lo ha vivido de primera mano nuestro sector de infraestructura.
Del mismo modo, sin abogar por que se evadan las responsabilidades que correspondan ni pretendiendo trivializar nuestras tragedias, en especial aquellas en donde se pierden vidas humanas, es fundamental recordar que podemos utilizar esas enseñanzas para pretender un mejor futuro. Es cierto que los errores nos cuestan, pero también lo es que los mayores aprendizajes vienen de nuestras equivocaciones. En este contexto, el mayor error sería no tener metas ambiciosas por temor a que algo salga mal.
Yo me suscribo con la visión de hacer grandes obras para el país y me declaro orgulloso de mi profesión y de mis colegas ingenieros. Sigamos intentando. Aprendamos, superemos y continuemos. Ni un paso atrás.
EDUARDO BEHRENTZ
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