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El país de las bodegas

Dejar de desacreditar descarnadamente al contrario es clave para una discusión sensata en redes.

Diego Santos
Se volvió lugar común en Colombia explicar las cosas que no nos gustan, o que no queremos entender, como un fenómeno de bodegas. Para quienes no estén familiarizados con el término aún, una bodega es un grupo de cuentas en redes sociales, encabezado por una persona, que tiene como objetivo posicionar una opinión o desprestigiar al contrario.
En lo que se ha convertido en un ejercicio simplista, consideramos que el éxito en redes que tienen los uribistas y los petristas responde a la existencia de poderosas bodegas pagas que, de forma organizada, mueven su nutrida tropa con mensajes determinados por sus líderes. Cualquier tendencia que logran estas corrientes es consecuencia del maquiavélico movimiento bodeguero.
Las bodegas claro que existen, sobre todo en época electoral. Entidades serias como Linterna Verde las han investigado y han detallado cómo operan. No obstante, atribuir todo fenómeno de redes a las bodegas es silenciar voces o pensamientos que si las escucháramos con atención, nos darían muchas luces para entender por qué nuestro país anda tan descuadernado.
Existen en Twitter dos casos que llaman la atención. El uribista Jaime Arizabaleta (@jarizabaletaf) y el petrista Levy Rincón (@LevyRincon). El primero, con 36.000 seguidores, es tendencia número uno todos los domingos con su columna y entre semana hace otro tanto de lo mismo. El segundo, con 130.000, no pone tendencias porque no quiere, pero cada uno de sus trinos lo replican más de 1.000 personas y su alcance supera la decena de miles de personas. Son figuras.
Sus nombres se asocian con bodegas. Claro, es la explicación fácil y la más útil para desacreditarlos. El éxito de ellos en redes, argumentan sus detractores, es porque sus ejércitos coordinados y pagos los posicionan ahí. Es decir, no son orgánicos; por ende, sus opiniones no deberían ser tenidas en cuenta.
A ninguno de los dos les han demostrado pertenecer a bodegas. Seguramente sí tengan alguno que otro grupo en WhatsApp, en el que piden ayuda para replicar sus contenidos, pero eso no los convierte en bodegueros ni tampoco demerita lo que logran. Su fuerza en redes radica en que recogen el sentir de miles de personas que se sienten identificadas con lo que dicen, y por eso lo replican de forma masiva.
Esos dos ejes interpretan el sentir de las dos corrientes políticas más importantes que hay en Colombia, e independientemente de si uno está de acuerdo con ellos o no, las redes nos ofrecen la posibilidad de estudiar y analizar lo que están pensando, lo que están pidiendo. Reducir la discusión con ellos a que son bodegueros es una muestra de nuestra intolerancia, de no entender que el país se compone de múltiples visiones.
Si bien Arizabaleta y Rincón son dos de los casos más visibles, hay muchos otros que están ahí, con voz propia. Y tampoco son bodegueros. Quizás un buen primer paso para tener una discusión más sensata en redes sería dejar de desacreditar descarnadamente al contrario, aunque en esto tanto Arizabaleta como Rincón podrían aportar su grano de arena.
La paz de la que tanto nos jactamos, que todos la queremos, que no hay enemigos y amigos de la paz, también se construye desde nuestros computadores, cuando estamos escribiendo en nuestras redes sociales. Las discusiones son bienvenidas, la confrontación de ideas, el apasionamiento en defenderlas, pero respetando al contrario.
Seguramente el anterior párrafo quedará nominado al premio al consejo más ingenuo de la década y el silenciamiento y ataque de quienes piensen distinto continuará y se acrecentará. Pero no hay que perder la esperanza de que algún día haya un cambio de comportamiento.
Las redes, aunque las llamemos cloacas, pueden ser un lugar maravilloso, un lugar para entender el país y a quienes no piensan como uno. Y de ahí, buscar soluciones para una Colombia tan compleja.
DIEGO SANTOS
Analista digital
diegosantos1978@gmail.com
Diego Santos
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