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La ciudad virtuosa

La llegada de la minga evidenció la división de Cali, pero también mostró caminos de recuperación.

Diego Arias Torres
Fue un hecho simbólico, pero de enorme significación. Ocurrió recientemente (10 de diciembre de 2021), sobre una enorme tarima instalada en la llamada plaza de las Banderas, muy cerca del estadio, a donde había llegado la movilización de la minga indígena, proveniente del Cauca. Promediando la tarde, los líderes del Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric) hicieron público un mensaje de rectificación sobre los dolorosos acontecimientos ocurridos este año (9 de mayo) en el sur de la ciudad, en el marco del llamado paro nacional.
“Queremos escucharlos a ustedes, pero también que nos escuchen. El diálogo es la mejor manera de entendernos y restituir la armonía” dijeron los voceros indígenas ante líderes de la Comuna 22, que incluye el sector conocido como Ciudad Jardín, en donde ocurrieron los hechos.
El recuerdo de lo sucedido es, además de doloroso, traumático. Ese día, en medio de circunstancias confusas, terminaron heridos por arma de fuego varios miembros de la guardia indígena, al tiempo que tuvieron lugar intentos violentos de ingreso a propiedades privadas, destrucción de vehículos y agresiones físicas a habitantes de la zona. De manera que este gesto de la minga para “caminar la palabra”, ocurrido justo el Día Internacional de los Derechos Humanos, tiene una extraordinaria importancia.
Hasta pocos días antes, esta aproximación entre comunidad indígena y habitantes de Cali era impensable. El solo anuncio de la llegada de la minga había generado todo tipo de malos entendidos, prevenciones y temores. Nadie en la ciudad (no solo los habitantes de la Comuna 22) quiere que se repitan los hechos que trajeron a la ciudad destrucción, miedo y desesperanza, en lo que dio en llamarse el “estallido social”.
Pero gracias a los buenos oficios de un grupo de líderes sociales, empresariales, académicos y de Iglesia (Mediación por Cali) fue posible no solo bajar la tensión y promover una movilización pacífica, sino que se materializó algo mucho más importante: un espacio de diálogo, confianza y respeto desde el cual comenzar a tramitar algunas de las heridas que dejó el paro nacional. Es un buen comienzo respecto de este caso en particular, pero falta un largo trecho por recorrer si de lo que se trata es de aproximarnos a la reconciliación y ser capaces de tener una vida en comunidad, en medio de las diferencias.

La llegada de la minga puso en evidencia (de nuevo) la enorme fractura y división de la ciudad, pero también mostró caminos posibles para superarla

La ciudad apenas comienza a recuperarse del colapso sucedido. Todavía subsisten el temor y la incertidumbre, pero están teniendo lugar también múltiples iniciativas y acciones que empiezan a transformar la realidad de la ciudad. Muchos de estos logros son anónimos y han requerido solamente una disposición al diálogo. Otros, como Compromiso Valle, han convocado el decidido aporte del sector empresarial para crear opciones de inserción social y económica de jóvenes y otros sectores de población vulnerable.
Estos esfuerzos deben ser no solo enaltecidos sino también decididamente apoyados. No obstante, de fondo, al tiempo que se atienden de forma urgente algunas condiciones que dieron origen a lo ocurrido, la ciudad sigue teniendo el desafío de poder construir un destino compartido (Visión Común). Se trata del mayor de los retos. La llegada de la minga puso en evidencia (de nuevo) la enorme fractura y división de la ciudad, pero también mostró caminos posibles para superarla. Al tiempo con las mediaciones en curso, está en marcha el llamado Acuerdo por Cali, que debe poder conducirnos a una ciudad en donde quepamos todos, se descarte la violencia como forma de tramitar conflictos y podamos asumir cambios tan profundos como superar la desigualdad. En palabras del reconocido empresario Fernando Otoya, se trata de construir una “ciudad virtuosa”.
DIEGO ARIAS TORRES
(Lea todas las columnas de Diego Arias Torres en EL TIEMPO aquí).
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