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Shazam

Nada reemplaza a los vendedores de las tiendas de discos que yo conocí en los ochenta.

Diana Pardo
Me gusta estar a la vanguardia de la tecnología. Me llama la atención cada nueva plataforma que aparece para ampliar nuestro horizonte y sentir que tenemos el conocimiento al alcance de un solo clic. Una de mis aplicaciones preferidas es Shazam. Resulta mágico tocar el ícono de la app para que siga la huella acústica e identifique en cuestión de segundos el nombre, el autor y hasta la letra de la canción que estamos oyendo en cualquier lugar. Aunque nada reemplaza a los vendedores de las tiendas de discos que yo conocí en los ochenta.
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El Shazam de mi juventud era mi propia voz. Yo llegaba a Discos Bambuco, la tienda de música más frecuentada durante mi adolescencia, y le tarareaba al vendedor la canción que había oído en el radio unos días antes. Lo hacía con la simple melodía que permanecía en mi memoria. ¡Y lo más increíble es que el vendedor acertaba! Los vendedores de discos eran tan importantes como los libreros, con su conocimiento musical inagotable ofrecían novedades, hablaban con pasión de los clásicos y de las historias detrás de cada artista. Además, sabían qué recomendar a cada persona que entraba a comprar discos.
Lejos estamos también de la forma como armábamos antes nuestras listas de canciones favoritas. No toda la música que sonaba en el radio llegaba a las tiendas de Colombia. Yo grababa casetes directamente del radio, cruzando los dedos para que no se interpusieran propagandas. Luego sacaba la letra de cada canción haciendo pausa en la grabadora después de cada frase. A veces la cinta se enredaba y había que cortarla con unas tijeritas para deshacerse del enredo y volver a unirla con un esmalte de uñas que fungía como pegante. Quedaba perfecta, pero al oír las canciones se percibían las notas que quedaban por fuera.
Procuro entrar en las tiendas de discos que aún quedan (o las que surgen nuevas), esas que visitan sobre todo los melómanos coleccionistas de vinilos, y cuyos vendedores reivindican el papel de lo que fue su oficio antes de la era digital. Ya no les tarareo canciones, pero siempre estoy abierta a nutrirme de su sabiduría musical. Hace poco entré en una, estaba sonando Chan Chan, de Buena Vista Social Club; cuando le dije al disquero que me gustaba mucho esa canción, me habló de la historia de Compay Segundo, Ibrahím Ferrer y Eliades Ochoa. Luego me puso algo de Supertramp (seguro hizo un rápido cálculo de mi edad). Y por unos minutos me transporté a Discos Bambuco y a mi adolescencia.
DIANA PARDO
Diana Pardo
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