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Nómadas

Es crucial encontrar equilibrio para que sea una experiencia enriquecedora también para los locales.

Diana Pardo
Escribo esta columna desde un café en el centro de Barcelona. En la mesa de al lado hay un joven de no más de treinta años, tiene audífonos puestos y la mirada fija en la pantalla de su computador. Parece no inmutarse con el ruido y la actividad que hay a esa hora en el café. Tiene todo el aspecto y actitud de un nómada digital, uno de esos miles de individuos que desde la pandemia decidieron cambiar su filosofía de vida para poder viajar, explorar otras culturas y trabajar remoto desde cualquier rincón del mundo.
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Esta nueva generación de profesionales decidió salir de su zona de confort para aventurarse a una vida en permanente movimiento, abierta al cambio y lejos de las rutinas propias de una oficina. Una vida que les permite vivir la esencia de la ciudad a donde llegan, y donde la libertad es el punto de partida, gracias a la posibilidad que les da la tecnología para trabajar virtualmente y poder tener un mayor equilibrio entre el trabajo y el ocio.
Muchas ciudades han atraído a estos jóvenes gracias a bajos costos de vivienda, óptimas conexiones a internet, una vibrante cultura de cafés y lugares de trabajo colaborativo. Los jóvenes combinan sus responsabilidades con la cultura, la gastronomía y los planes que les ofrece cada ciudad. Barcelona es uno de los destinos preferidos, gracias a la experiencia única de vivir en una ciudad bañada por el Mediterráneo.
La presencia de los nómadas digitales en las ciudades que visitan tiene un impacto positivo en la economía local, su llegada sin duda genera un aumento de la actividad comercial y turística, lo que a su vez brinda nuevas oportunidades de empleo. Sin embargo, también ha contribuido a la gentrificación, ya que la alta demanda de vivienda ha elevado considerablemente los precios de los alquileres. Residentes locales se han visto obligados a dejar barrios en los que han vivido por muchos años para buscar viviendas más económicas en otras zonas.
Otras ciudades como Ciudad de México, Buenos Aires y Lisboa han sido testigos de esta realidad, cada vez más común en todo el mundo. En Colombia lo hemos visto en Medellín, donde se han observado características y desafíos similares. Lo cierto es que esta figura parece estar aquí para quedarse, por lo que es crucial encontrar un equilibrio para que la presencia de los jóvenes profesionales sea una experiencia enriquecedora tanto para ellos como para la población local.
DIANA PARDO
@Diana_pardo
Diana Pardo
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