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Grietas doradas

Como país deberíamos ser capaces de reparar nuestras grietas sin olvidarnos de ellas.

Diana Pardo
Somos un país lleno de cicatrices. Nos han herido la violencia, el narcotráfico, la pobreza, la desigualdad, la injusticia y la impunidad, la corrupción. A lo largo de la historia nos han quedado fracturas que no hemos podido sanar.
Deberíamos ser capaces de reparar nuestras grietas sin olvidarnos de ellas. Los japoneses recurren al arte ancestral del kintsugi para reparar una vasija de cerámica fracturada por medio de un barniz bañado con polvo de oro o plata, resaltando así su belleza imperfecta. Una vez restaurada, se convierte en una nueva pieza marcada por su historia, lo que le da más valor. Esa cerámica transformada representa la vida: todos llevamos cicatrices porque sabemos que la vida no es perfecta; aunque no por eso no valga la pena vivirla.
¿Qué podemos aprender del arte del kintsugi como metáfora para tener una actitud de resiliencia y transformación?
En este último mes de paros, marchas y protestas teñidas de sangre, nos hemos sentido más vulnerables y rotos que nunca. Quizás necesitábamos esa fuerte sacudida para despertarnos y volvernos más conscientes de nuestra realidad y de las necesidades de la gente. Desde luego que el país tiene problemas estructurales que se deben resolver, y necesitamos de liderazgos políticos fuertes y comprometidos para salir de la crisis. Pero es posible y depende de cada uno de nosotros encontrar nuevas formas para reconstruirnos y lograr que las adversidades nos transformen, recurriendo a los aspectos que nos unen.
¿Por qué no empezamos identificando lo que cada uno puede aportar? ¿Qué comportamientos podemos cambiar para ser más empáticos ante el dolor ajeno? ¿Para ser más tolerantes y respetuosos? ¿Qué pasa si todos nos convertimos en agentes del cambio que soñamos para nuestro país?
Podemos empezar por cosas básicas y sencillas: no descalificar opiniones distintas a las nuestras, cuidar el lenguaje que usamos para referirnos a los demás, verificar las fuentes de la información que nos llega antes de compartirla, proponer conversaciones que construyan y no polaricen. En esencia: enfocarnos en los que nos sana y no en lo que nos destruye.
De esta forma dejaremos de ser simples espectadores y nos convertiremos en los protagonistas del cambio que nuestra sociedad necesita. Fomentemos la reconciliación desde nuestra propia orilla, sabiendo que podemos transformarnos. Aunque llevemos cicatrices, es posible encontrar valor en la grieta remendada.
Diana Pardo
Diana Pardo
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