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A cielo abierto

La idea romántica de los libreros callejeros de otros lugares del mundo pierde brillo en Cartagena.

Diana Pardo
Bajo el sol intenso de Cartagena de Indias, turistas y locales caminan por el mercado de libros del emblemático parque Centenario, en el costado de la avenida Daniel Lemaitre. Entre todas las casetas resalta la de Francisco Amado, El Cuca, quien ha sido librero desde hace más de 25 años. Todos los días entra y saca centenares de ejemplares que organiza aleatoriamente en torres inmaculadas que parecen trazadas con regla. Sabe exactamente dónde está cada título. Vende de todo: textos escolares, autoayuda, literatura colombiana y latinoamericana.
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En todas partes del mundo los libreros callejeros se dedican a promover la lectura y alimentar los sueños de lectores ávidos de encontrar el título que llevan mucho tiempo buscando, o algún tesoro que los sorprenda. Primeras ediciones, libros antiguos, autores olvidados o desconocidos. Un paraíso para los bibliófilos. Ferias permanentes a cielo abierto.
Están en las casetas verdes a la orilla del Sena en París, la Cuesta de Moyano en Madrid, están en Roma, en La Habana, y también en Cartagena. Tienen vocaciones similares en geografías distintas. El oficio es el mismo, pero los recursos distintos. En algunos lugares tienen más apoyo del Estado y son respetados como una institución. En cualquier caso, forman parte, como una postal, del paisaje de la ciudad.
Aunque la idea romántica de los libreros callejeros de otros lugares del mundo pierde brillo en Cartagena. Para mantener la tradición de su oficio tienen que sortear varios obstáculos: carecen de la infraestructura necesaria para enfrentar los fuertes vientos del Caribe, no cuentan con baños cerca de sus casetas, no tienen seguridad social, mucho menos apoyo del Gobierno para promover su actividad. Para ellos es un reto sostener a sus familias a punta de vender libros usados. La tecnología no les ha ayudado en su negocio porque los estudiantes, que eran sus principales clientes, ya consiguen todo lo que necesitan en sus teléfonos inteligentes.
Apoyar a los libreros del parque Centenario es dignificar su labor. Es rescatar esa fuente inmensa de conocimiento para promover la literatura colombiana y sobre todo la del Caribe y fomentar el gusto por la lectura entre los jóvenes. Es reconocer su papel como tejedores del patrimonio cultural de la ciudad. Apoyémoslos para que esta feria del libro a cielo abierto se convierta en una parada obligada para quienes quieren buscar algún tesoro literario.
DIANA PARDO
Diana Pardo
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