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Tokio y sus lecciones de urbanismo

Tokio parece diseñada para que los ciudadanos la habiten como extensión de sus hogares.

Conocer otras ciudades abre nuevos mundos, que, a su vez, hacen reflexionar sobre el propio.
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Entre los aspectos más interesantes de Tokio están su urbanismo y la forma como las personas habitan la ciudad. La capital japonesa es diversa y laberíntica. Para el visitante es fácil perderse al dejar atrás las avenidas y caminar por las angostas calles de barrios como Nakameguro o los de la zona de Yanesen, que no siguen la forma de tablero de ajedrez de las ciudades fundadas por los españoles en sus colonias, por ejemplo, sino que tienen una geometría algo más enredada.
“Tokio se va descubriendo. Eso la hace muy atractiva”, afirma el arquitecto mexicano radicado en Japón Rafael Balboa, quien cofundó Studio Wasabi en 2013, una empresa de arquitectura y un think tank de urbanismo con sede en la capital japonesa. Todas las ciudades del mundo están en constante mutación. Pero en Tokio muchos de esos cambios y renovaciones han encontrado una particular forma de coexistir con lo viejo. Por ejemplo, cerca de los elegantes y modernos edificios de oficinas de Roppongi Hills está el cementerio del barrio, y, en el sector de Shiba, a unos cuantos metros del templo budista de Zojoji –construido en 1393– está la famosa Torre de Tokio, erigida en 1958. Estos contrastes sorprenden y fascinan al visitante, quien por andar mirando la diversidad de tiendas, restaurantes, templos y zonas verdes que dan a las calles podría pasar por alto los letreros de un edificio cualquiera, informándole que en el cuarto piso hay un magnífico restaurante, en el tercero una galería de arte y en el segundo oficinas. “En las ciudades europeas el comercio da a la calle, pero en Japón no necesariamente se da esa conexión”, explica Balboa. Este fenómeno le da a la capital japonesa un aire aún más laberíntico.

El centro de su vida y de su cultura era la comunidad, y para preservar su bienestar debían convivir en armonía.

Tokio parece diseñada para que los ciudadanos la habiten como extensión de sus hogares y pasen buena parte del tiempo fuera de ellos. En las estaciones de metro hay cabinas individuales de trabajo para los ejecutivos que, por ejemplo, deben adelantar una presentación mientras sale el tren; cada barrio cuenta con decenas de minimercados abiertos 24 horas para quienes necesitan sacar plata, conseguir boletas para un concierto o comprar algo de comer a las 4 a. m. Gracias a las casas de baño, llamadas sento, las viviendas son indispensables solo para dormir, y hasta esa necesidad puede suplirse fácilmente alquilando una habitación por hora en los hoteles cápsula.
Esta forma de urbanismo guarda relación con el reducido tamaño de las viviendas de Tokio y con el dinamismo de esta metrópoli de 38 millones de habitantes a la que llegan varios más durante la jornada laboral. Sin embargo, también tiene que ver con la percepción del espacio generada por la arquitectura tradicional japonesa, y, en particular, por un lugar llamado engawa. En esta especie de veranda que rodea las casas tradicionales, los alrededores de la vivienda penetran en ella: el papel translúcido de las puertas corredizas refleja las ramas de los árboles y deja sentir el aroma de las flores en primavera. “En Occidente dividimos los espacios en adentro y afuera; adentro está lo privado, y afuera, lo público. En Japón, en cambio, los conceptos tienden a ser ambiguos”, explica Balboa.
Otro aspecto interesante del urbanismo japonés es el papel que juega la comunidad en la construcción de ciudad. “Aquí toca pasar dos filtros para construir una casa. El primero es legal: las autoridades deben asegurarse de que la edificación cumplirá los respectivos códigos de construcción; el segundo es participativo. Los vecinos opinan sobre el diseño de la fachada y el arquitecto conversa y negocia con ellos”, dice el mexicano. Y añade: “La arquitectura no es solo diseñar el interior de un edificio, sino también cómo este impacta sus alrededores”.
Para Balboa, este fenómeno tendría sus orígenes en el concepto wa, que significa ‘armonía’. Desde que comenzaron a construir su nación, los japoneses lo eligieron para referirse a sí mismos y hablar de todo lo japonés. El centro de su vida y de su cultura era la comunidad, y para preservar su bienestar debían convivir en armonía. Esa es la primera regla del código moral escrito por el Príncipe Shotoku, en 604 d. C., y hoy sigue siendo una de las bases de su urbanismo.
CRISTINA ESGUERRA MIRANDA
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