Una pobre señora se remangó el vestido largo para poder perseguir un tranvía que iba atestado de gente, arrastrado por dos mulas negras, duramente azuzadas por un cochero cachaco. La fotografía no decía la fecha, pero seguro eran los albores del siglo XX, a juzgar por la historia del transporte público en Bogotá.
Hacia 1910 fueron inaugurados los tranvías eléctricos en la ciudad, que prometían ser más rápidos y cubrir distancias más largas que sus antecesores. También prometían llevar más gente para que nadie, óigase bien, nadie tuviera que viajar apeñuscado y ninguna señora se viera en la difícil situación de perseguir tranvías a las carreras. Solo se cumplieron las dos primeras promesas; la gente siguió persiguiendo tranvías tan atestados de pasajeros que colgaban como racimos a lado y lado de los vagones. Entre 1910 y 1948, los tranvías eléctricos fueron los amos y señores del transporte público en Bogotá; y aunque cada tanto importaban nuevos vagones, los tranvías nunca dejaron de estar atestados. Desde aquel entonces nuestros gobernantes se casaron con la medida de ‘pasajero/hora’, para hacer los estimados de vagones, líneas y rutas. El concepto de ‘pasajero/hora’ existe en todo el mundo y funciona, solo que en Bogotá le hicieron una adenda desde aquel lejano tiempo del tranvía de mulas, que consiste en la adición de las palabras ‘como sea’ al final de la medida: ‘pasajero/hora/como sea’. Esto podría llamarse ‘Gambito de ser humano’, es decir: sacrifican al ser humano a cambio de llevar más cuerpos en un bus o vagón.
Después del Bogotazo la cosa se puso aún peor. Comenzaron a importar buses de gasolina que, obviamente, estarían regidos por el concepto ‘pasajero/hora/como sea’, o ‘Sistema efectivo de transporte con gambito de ser humano’. Y aunque en 1953 comenzaron a operar los ‘trolley buses’ eléctricos, los gobernantes de turno nunca dejaron que este sistema limpio se impusiera, porque todos sabemos cómo se formulan silogismos en esta ciudad: “Si funciona bien, algo está mal”. El caso es que los ‘trolleys’ fueron una alternativa de transporte digno (eléctricos: cero emisiones, cero ruido; la gente iba feliz) que fue sepultada primero por los famosos ‘cebolleros’; luego, por los archifamosos y temidos ‘ejecutivos’, hasta llegar al más sofisticado sistema de transporte con ‘Gambito de ser humano’ que pueda existir sobre la tierra: el TransMilenio.
Durante la época del tranvía no se emitían gases contaminantes; y la gente, aunque apeñuscada, podía respirar porque los vagones no eran herméticos, y cuando se varaba, pues los pasajeros se bajaban. Incluso los ‘cebolleros’ eran más humanos que este novedoso sistema de TransMilenio, donde la gente está más apeñuscada que nunca, porque el apeñuscamiento comienza desde el puente peatonal que conduce a la estación donde se accede al bus.
Y si a esto le sumamos que los buses emiten toneladas de emisiones nocivas hacia el cielo que nos protege y nos da el aire, pues se puede decir que las cosas han cambiado desde aquel lejano momento de la señora con el vestido remangado que perseguía un tranvía de mulas. Han logrado sofisticar el concepto ‘pasajero/hora/como sea’.
Nunca voy a entender por qué quieren privilegiar los buses de combustión, en los momentos en donde la humanidad se compromete más y mejor con el medioambiente. El sistema está hecho a la medida para que sean ‘trolley buses’ los que se muevan por estas troncales –¿a quién beneficia que los buses sean diésel?–.
Nuestro sistema de transporte con ‘Gambito de ser humano’ solo transporta cuerpos/hora.
La condición humana no cabe en TransMilenio.
CRISTIAN VALENCIAcristianovalencia@gmail.com
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