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Confiemos en nuestros héroes anónimos

Desprestigiando a nuestra Policía colombiana nos dividen como sociedad.

Claudia Restrepo
La semana pasada fui secuestrada en compañía de una amiga brasilera-americana a manos de la delincuencia común, y, gracias a la actuación de la Policía Nacional, los secuestradores huyeron y nosotras fuimos liberadas sanas y salvas. Estoy segura de que pronto serán capturados.
Luego de vivir esta situación recordé algo que me decía mi mamá, y apenas hoy entiendo su poder: “No hablen mal de nadie, que las palabras de desprestigio son como las plumas de una gallina: si las tiras al viento, ya nunca las vas a poder recoger”.
Comprendí a fondo que eso es exactamente lo que nos ha pasado en nuestra sociedad colombiana, porque entre nosotros prevalece el sentimiento de estar desprotegidos ante la delincuencia común. Pensamos que como los criminales nos amenazan con armas físicas, estamos a su merced, y no nos damos cuenta de que la mayoría de las veces nos ganan batallas a los ciudadanos de bien no con pistolas ni revólveres, sino con el arma más poderosa de todas: la palabra. Y es que desprestigiando a nuestra Policía colombiana nos dividen como sociedad.
La primera movida de los bandidos en este delito atroz del secuestro es siempre la de jugar con el miedo para robarnos, ante todo, la confianza en esos 1.500 hombres y mujeres que componen nuestro Gaula –uno de los cuerpos especiales de policía mejor preparados y respetados en el mundo entero–. Por protegernos a nosotros, sin ni siquiera conocernos, las personas del Gaula ponen en peligro su propia existencia y arriesgan el bienestar de sus familias todos los días de su vida. Ellos son los aliados indispensables de las familias de la víctima para manejar profesionalmente una situación que es de una complejidad emotiva y estratégica tan enorme que desborda nuestras posibilidades como ciudadanos sin entrenamiento para manejarla con éxito.

Por protegernos a nosotros, sin ni siquiera conocernos, las personas del Gaula ponen en peligro su propia existencia.

En el momento de máxima tensión de mi secuestro entendí que cuando actuamos según instrucciones de los bandidos, empezando por no avisar a nadie, y mucho menos a la Policía, lo que estamos perdiendo es precisamente la posibilidad de recuperar a nuestros seres queridos con vida.
Le pregunté al general Fernando Murillo Orrego, director antisecuestro y extorsión de la Policía Nacional, sobre las estadísticas de las operaciones del Gaula, y me quedé impresionada con su efectividad. ¿Sabían que en el año 2000 tuvimos 3.572 secuestros, o sea, diez personas secuestradas diariamente en Colombia, y que el año pasado esa cifra bajó a 207 secuestros al año, es decir, una reducción de 94 por ciento?
He aprendido también sobre la increíble calidad humana con la que los jóvenes del Gaula les dan a las víctimas la bienvenida a la libertad, acompañándolas luego a superar la experiencia y a aprender de la mano de ellos lo muchísimo que podemos hacer en prevención, para cuidarnos entre todos.
Bien nos decía el coronel Carlos Mauricio Sierra, el líder de la Policía Departamental de Antioquia: “En cualquier empresa así de grande (son de más de 195.000 miembros de la Policía Nacional) no faltarán los que fallen. Piensen en una inmensa pared blanca en la que hay un punto negro: ¿A dónde creen que se dirigen las miradas?”.
Esa pared blanca es la gente de la Policía Nacional, hombres y mujeres colombianos que son nuestros héroes anónimos.
Cada minuto que nos demoremos en avisarle a la Policía ante un suceso como un atraco, secuestro o extorsión es tiempo de oro que les regalamos a los criminales para que, impunes, se salgan con la suya. Ahora en libertad, gracias al Gaula, me pregunto y les pregunto: ¿a quién le conviene más que a los bandidos que no confiemos en nuestra Policía Nacional?
CLAUDIA RESTREPO
Claudia Restrepo
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