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‘Tolerancia cero’ en EE. UU.

Las soluciones no dependen solo de EE. UU., los países al sur tienen que hacer más que criticar.

Separar menores de edad de sus padres es una violación de los derechos humanos –lo dijo la ONU– que supera por cientos de veces la violación de la ley que se comete al entrar ilegalmente a Estados Unidos. Es una reacción tan desproporcionada que cuesta no entenderla desde la xenofobia. Y aunque seguramente por traumática espantará a potenciales migrantes, no es legítimo pensar que el resultado la justifica. 
No obstante, aunque Estados Unidos haya sido un país de migrantes, no por ello debe acoger a cuanto migrante quiera llegar, y mucho menos a los que lo logran de manera ilegal. Hay casi 70 tipos de visa para quienes quieran entrar a ese país, y varias de estas permiten trabajar y tener acceso a ciertos derechos, pero muchos de los que deciden irse ilegalmente lo ignoran, y optan por acudir a los traficantes de migrantes.
Migrar es una característica casi intrínseca a la condición de ser humanos, pero para que salga bien debe ser un gana gana para los involucrados: migrante, país de destino y país de origen. Ese gana gana solo se logra con una migración ordenada, que poco se parece a lo que está pasando con los países del Triángulo Norte –Guatemala, Honduras y El Salvador–, cuyos presidentes se reunieron la semana pasada con el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence. A estos, Pence les dijo: “Este éxodo tiene que terminar.

Aunque Estados Unidos haya sido un país de migrantes, no por ello debe acoger a cuanto migrante quiera llegar, y mucho menos a los que lo logran de manera ilegal.

En el último año, Estados Unidos acogió a 1,1 millón de migrantes legales, incluidos 50.000 de sus países. Díganle a su gente que venir a EE. UU. ilegalmente va a resultar en una vida muy dura, que no pongan en juego la vida de sus hijos. Nuestra nación necesita que sus países hagan más... No permitan la publicidad que ofrece los servicios de los traficantes...”. El anfitrión de la reunión, el presidente Jimmy Morales, le respondió a Pence con las mismas palabras que le costaron el puesto a su vocero presidencial, criticado por su tibia reacción sobre la separación de familias: “Somos respetuosos de la soberanía de los países”. Y agregó que la migración debe ser legal, pero de inmediato los medios locales le recordaron que la Dirección de Migración de su país está envuelta en un escándalo por la escasez de cartillas para pasaportes –el primer requisito para migrar legalmente– y que los funcionarios del Consejo Nacional de Atención al Migrante llevan varios meses sin sueldo. El presidente de Honduras le dijo a Pence que su país dispondrá más policías para combatir las redes de traficantes de personas, y le recordó que esas redes también están en suelo estadounidense. Y el de El Salvador le dijo que con el programa ‘El Salvador es tu casa’ han logrado reducir en 60 por ciento el flujo migratorio. Fin de una cumbre que nada va a cambiar.
La ‘producción’ de migrantes está en la inseguridad –aunque no son pocos los que inventan amenazas para solicitar asilo– y, ante todo, en la falta de oportunidades para procurarse un bienestar económico y emocional. Crearlas toma tiempo y dinero, seguro más que los 3 años y 20.000 millones de dólares que costará el muro, pero tendría mejores y más sostenibles efectos. Bueno sería que Trump le acepte al recién electo presidente de México, Andrés López Obrador, la propuesta de hacer un acuerdo integral, con proyectos de desarrollo que generen empleos en México, para con ello reducir la migración y mejorar la seguridad.
No obstante, todas las soluciones no pueden depender de EE. UU., los países al sur del río Bravo, incluido Colombia, tienen que hacer más que criticar las deportaciones y la construcción del muro, pues, aunque no nos guste, cualquier país está en su derecho de hacer eso, incluso por razones xenófobas. ¿O qué dicen los colombianos que le achacan cada problema a la llegada de venezolanos?
CLAUDIA PALACIOS GIRALDO
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