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El voto en blanco

Votar en blanco en una elección tan reñida, como lo será esta, favorece a una de las dos opciones.

Con desasosiego. Así llevo varios días, pues no sé qué hacer con mi voto. Y a juzgar por las discusiones en redes, familias y medios de comunicación, no soy la única.
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Por supuesto que uno no pretende que el candidato por el que uno vota sea perfectamente compatible con todo lo que uno quiere, pero sí confía en que sea alguien con capacidad de mejorar el país dentro del marco de la realidad; entendiendo que esta llega con imprevistos que pueden afectar el plan de gobierno. Esa confianza, si interpreto bien a quienes –como yo– estamos considerando votar en blanco, es la que no brindan ninguno de los candidatos que pasaron a segunda vuelta. Pero resulta que el voto en blanco se quedó corto para recoger lo que piensa esa parte de la población; y no solo se quedó corto sino que votar en blanco en una elección tan reñida, como lo será esta, favorece a una de las dos opciones, con lo cual deja de ser realmente un voto en blanco.
¿Qué hacer? Ya para esta elección quizá toque optar por lo que a muchos les resulta tan simple aunque sea un contrasentido en un sistema democrático: votar en contra. O sea, votar por una de las opciones que uno no quiere para evitar que gane la otra que uno tampoco quiere, con la ingenua esperanza de que la opción elegida haga el menor daño posible si se rodea bien y piensa realmente en el país, ignorando así el impacto de la personalidad del líder y lo que una persona mesiánica o volcánica puede hacer con las esperanzas de quienes se comportan más como feligreses que como ciudadanos/as.

Ya para esta elección quizá toque optar por lo que a muchos les resulta tan simple aunque sea un contrasentido en un sistema democrático: votar en contra.

Pero como en menos de lo que canta un gallo estaremos metidos en otra contienda electoral y la polarización promete más elecciones inéditas, como esta en la que el deseo de cambio –desde luego muy necesario– arrojó un resultado que llevará sin duda a que muchos de los que quieren votar en blanco voten ‘en contra’, se requieren más opciones que el voto en blanco o, por lo menos, fortalecer el alcance de ese voto en el sentido originalmente creado, con una nueva reforma. Y es que, como me recuerda un connotado constitucionalista, en el acto legislativo de 2003 que le dio validez jurídica al voto en blanco para algunas contiendas, entre ellas la primera vuelta presidencial, los temas protagónicos fueron el voto preferente, la cifra repartidora y el umbral, de manera que el asunto del voto en blanco no fue discutido de fondo, sino solo entendido como la manera de sacar de las contiendas a algunos candidatos. La realidad nos está mostrando que llegó el momento de dar esa discusión en su justa medida. Mi propuesta –además de las que hice en mi anterior columna:
https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/claudia-palacios/ni-muy-muy-ni-tan-tan-columna-de-claudia-palacios-675206– es adoptar un mecanismo que impida la instrumentalización del voto en blanco, pues es inaudito –por ejemplo– que un candidato pueda hacer campaña no solo en su favor sino en favor del voto en blanco cuando sabe que este le favorece porque le resta más votos a su contendor que a él.
Además, si el porcentaje de votos en blanco es significativo, aunque sea minoritario, debería tener algún poder vinculante sobre el plan de gobierno de quien sea elegido/a. De hecho, también debería tenerlo el programa de su contendor/a, pues no puede dársele trato de perdedora a la opción por la que ha votado un porcentaje importante de la población, aun si no obtuvo la mayoría. Mejor dicho, nuestra democracia debe migrar hacia un sistema parlamentario que de alguna forma contrarresta la polarización, pues les da más chance a las opciones de centro y al ‘voto por’ antes que al ‘voto en contra’, de manera que quienes en ese escenario no encuentren alternativas de su gusto, puedan votar en blanco con la tranquilidad de que su descontento no será desdibujado.
CLAUDIA ISABEL PALACIOS
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