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De prohibiciones y libertades

Quienes consumen estas drogas ceden su libre albedrío a la euforia placentera pero mentirosa.

Las prohibiciones generalmente están asociadas con restricciones a las libertades individuales. A primera vista lo son. No obstante, es necesario revisar la causa que las motiva y el propósito que se busca en cada caso.
En efecto, la prohibición del consumo en lugares y espacios públicos, que desde hace varios años se ha impuesto en varios países, por ejemplo, de tabaco, surge como consecuencia, primero, de tener certeza del daño que se inflige a las personas que inhalan el humo, y, segundo, para combatir y prevenir el tabaquismo. No solo se busca evitar un daño a los demás, sino proteger la salud del propio consumidor. En cuanto a la libertad, si bien la medida puede ser vista como restricción para el fumador, bien puede entenderse como garantía de su libertad pues busca evitar que esa persona quede presa de una adicción, entendida esta como un “hábito de conductas peligrosas o de consumo de determinados productos, en especial drogas, y del que no se puede prescindir o resulta muy difícil hacerlo por razones de dependencia psicológica o incluso fisiológica”.
Tan cierto es lo anterior que se celebra un día mundial sin tabaco; hay países, como Japón, que piensan en tener ciudades libres de humo para 2020, e incluso hay lugares que ya han experimentado la prohibición de fumar en las calles (San José de Costa Rica, algunas en California, Tokio y Kioto).

El deterioro de las funciones cognitivas y físicas de consumidores de cocaína, heroína, marihuana y otras sustancias similares es innegable.

Así como existen innumerables estudios científicos que demuestran que el tabaco es nocivo para consumidores activos y pasivos, los hay también que dejan claro los efectos que tiene el consumo de sustancias psicoactivas, para ‘espectadores’ y consumidores. El deterioro de las funciones cognitivas y físicas de consumidores de cocaína, heroína, marihuana y otras sustancias similares es innegable. Quienes consumen estas drogas, más que ejercer su libertad o desarrollar su personalidad, lo que hacen es perder una y otra. Ceden su libre albedrío a las alucinaciones, a la euforia placentera pero efímera y mentirosa; sus actos y comportamientos no son manifestaciones libertarias, sino signo de una dependencia que los acaba. Basta con leer el testimonio que recientemente publicó una experta en el tema. Dijo Aura Lucía Mera: “En mi caso, como adicta, la dosis mínima no existiría, porque siempre necesitaba más. Viví en carne propia lo que fue el ‘libre desarrollo de la personalidad’ cuando consumía. …Mi personalidad quedó atrapada, encarcelada, estrangulada por las sustancias que se fueron convirtiendo en mi único dios… ¡No hay mejor droga que un cerebro limpio de drogas!
¿No deben entonces las autoridades judiciales, policivas, administrativas proteger la libertad de las personas y procurar que ejerzan y desarrollen su personalidad libremente?
Tergiversar la Constitución para decir que “el porte y consumo de sustancias estupefacientes o sicotrópicas está prohibido” (art. 49) significa que se puede llevar un poquito y consumir droga en cualquier lugar público y que, como expresó la Corte Constitucional en un comunicado, “prohibir genéricamente no es razonable”, es un sofisma perverso. Es invitar a que las personas se despojen de su dignidad, y entierren su personalidad para que quede atrapada y nunca pueda ser ejercida libremente. Es propiciar la esclavitud de las mentes, los cuerpos y las almas de tantos niños, jóvenes y adultos.
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Y así, sin más, otra decisión que, en lugar de mantener vigente el espíritu del constituyente y contribuir a que el Estado cumpla con sus fines, lo que hace es destrozarlo en perjuicio de los ciudadanos y de Colombia.
A punta de narcotraficantes libres y legislando, y de comunicados y ruedas de prensa, Colombia avanza hacia el abismo.
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