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Adiós, viejo amigo

Adiós, viejo amigo

Muere una era del coliseo El Campín, un clásico bogotano donde James Brown tocó a las 3 de la tarde y a Miguel Mateos le pegaron un monedazo.

'Tirar los muros abajo' es una canción que le cae como anillo a la mentada tapia que se levantaría entre Estados Unidos y México, pero también suena para lo que se viene con el coliseo cubierto El Campín. Las máquinas que demolerán al otrora coloso escenario bogotano ya se ven desde distintos puntos aledaños; su clásica estructura ha comenzado a ser desmontada y su techo –que por más de 40 años le dio un toque 'sci-fi', como de nave alienígena de la película 'Marcianos al ataque'– parece que hubiera envejecido el doble y en cuestión de pocos días.

En los próximos meses, el lugar se transformará en un espacio multipropósito, como se sabe, con canchas sintéticas, pistas para monopatín, gimnasios y otras sofisticaciones, aunque “multipropósito” siempre fue: además de eventos deportivos, por sus puertas pasaron shows de magia, peleas de lucha libre, espectáculos sobre hielo, montajes de teatro y hasta congregaciones religiosas, entre otros.

Muchos de quienes fuimos sus más asiduos visitantes, en todo caso, lo recordamos más que nada porque a falta de otros venues –y aunque su horma no estaba hecha para eso– se convirtió en el trono de un montón de conciertos de alto tallaje, incluso desde sus primeros años de vida en los años 70. Su gradería de concreto y su nefasta acústica no impidieron que escalara a referente de la historia nacional de la música en vivo, con una importante serie de anécdotas y hasta leyendas urbanas que ni la demolición ni los nuevos tiempos que soplan borrarán de un solo mazazo.

De entrada, remontémonos a 1989, cuando el argentino que le puso voz al tema 'Tirar los muros abajo' se presentó en el coliseo, y a pocos minutos del inicio del show un contundente monedazo le hizo poner los pies sobre la tierra. Para entonces, Miguel Mateos venía ascendiendo con fuerza en todo el continente de habla hispana, y el misil de 10 pesos –pues yo, que estuve ahí, casi puedo jurar que se trataba de una de esas monedas gigantes que por un lado traían una figura a caballo y por el otro un mapa de las islas de San Andrés y Providencia– fue tan certero y contundente que iracundo comenzó a exigir que el culpable –o textualmente, que el “hijo de puta”– saliera de entre las sombras y diera la cara. Lo cual nunca ocurrió.

Al que sí le vieron el rostro, y por supuesto los pies, fue a James Brown en 1973, y en un horario poco habitual para el más grande y memorable padrino que ha tenido la música soul: 3 de la tarde. Muchos de quienes fueron al coliseo recuerdan que fue como haber visto bailar al mismísimo diablo, y hablando de iluminados otros dos que solo se dejaron ver en El Campín fueron los también fallecidos Lemmy Kilmister de Mötörhead y Ronnie James Dio de Heaven & Hell.

Lo de Dio fue justo en el año de la pandemia de gripa H1N1, por lo cual además de camisetas negras de Black Sabbath (la banda que más fama le acreditó como cantante) muchos vestían tapabocas blancos y el show lucía como una sala de emergencias en algún círculo del averno.

Ver calaveras no era nuevo en El Campín, valga la aclaración, en 1988 los organizadores de un festival en el cual todos los headliners eran colombianos decoró el sitio con criptas de icopor y tumbas. Tocaron La Pestilencia, Féretro, Darkness y Reencarnación, se llamó Calavera Rock y sucedió justo 15 años después de que el cardenal Aníbal Muñoz le echara su bendición al coliseo. Pero Satán no fue el único que hizo de las suyas, quienes de verdad hicieron un aquelarre y durante varios años lo explotaron económicamente como Dios manda fueron otros.

En 1994, el coliseo fue entregado en arriendo a un privado y por solo 300.000 pesos, un chiste que luego deparó en todo un lío judicial en el que la Corte Constitucional tuvo que intervenir para solucionarlo y que su manejo volviera a manos del Distrito. En el 2000, David Copperfield dio un espectáculo que se dice dejó a todos boquiabiertos, pero luego una conocida iglesia cristiana bogotana superó el truco al juntar cerca de 16 mil personas para ofrecer sus votos a Álvaro Uribe Vélez.

Y es que no se puede negar, el lugar nunca fue del todo seguro, y si no pregúntenle al sesudo músico y guitarrista Omar Rodriguez-López, quien en 2008 vino por única vez con su tremenda agrupación The Mars Volta y nada menos que para compartir cartel con R.E.M. La leyenda urbana reza que horas previas al concierto y durante la prueba de sonido, Rodríguez-López tomó su tabla de skate, se puso sus audífonos y salió del coliseo para darle un par de vueltas y tomarse un respiro, pero que tan solo alcanzó a rodar unos metros cuando un amigo de lo ajeno lo acorraló, lo intimidó con un cuchillo y le dijo “¡Bájese de todo!”.


Chucky García
@chuckygarcia

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