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Pornopolítica y moral ajustable

Pornopolítica y moral ajustable

Hoy es posible cuestionar la moral de personajes públicos presionando un par de teclas en el celular

¿Dónde está la línea que separa el derecho de privacidad de la impunidad, arrogancia y complicidad en lo que se refiere a comportamientos sexuales de personajes públicos?

En esta época de destape, en la que las relaciones entre poder y sexo están bajo el microscopio como nunca, la línea se va aclarando a pesar de los esfuerzos de atrincheradas estructuras patriarcales por mantener el viejo orden y tapar abusos con el manto de ‘derechos fundamentales’.

Lo que era aceptable, incluso admirable hace 20 años, ahora es denunciado y reprobado, y las cabezas de hombres poderosos caen cada día, reforzando la impresión de que nada volverá a ser como antes respecto a lo que es moral y lo que es consensual en las relaciones sexuales.

Inclusive Francia, uno de los bastiones de protección de la privacidad y donde tener relaciones extramaritales no era obstáculo para la vida pública, ve desintegrarse lo que parecía un derecho legítimo.

Las cosas están cambiando. Con internet, la privacidad no existe más.

En las salas de redacción francesas, como entre la gente, lo acostumbrado era cerrar los ojos ante las ‘pequeñas debilidades’ de personajes como el expresidente François Mitterrand, quien mantuvo una segunda familia con presupuesto oficial mientras era presidente. Incluso hoy, parte de esta actitud persiste y es objeto de controversia debido a nuevos escándalos. El más reciente provocó violentos encuentros entre policía y manifestantes cuando el director de cine franco-polaco Roman Polanski recibió el premio César al mejor director, aunque fuera declarado culpable de la violación de una niña de 13 años en EE. UU y escapara antes de ser sentenciado, para vivir libre en Francia. Polanski no asistió a la ceremonia por temor a un “linchamiento público”.

El otro escándalo envuelve a Benjamin Griveaux, colaborador cercano del presidente Macron, quien tuvo que retirar su candidatura a la alcaldía de París debido a la aparición en línea de videos e imágenes de él en situaciones sexuales. Las reacciones oficiales iniciales no condenaron a Griveaux, quien es casado, padre de tres hijos y hacía campana defendiendo la moralidad y el respeto a la familia, sino al artista ruso que publicó las imágenes íntimas en las redes sociales, donde provocaron una explosión viral incontenible que la prensa no pudo seguir ignorando.

Aparte de hacer más difícil mantener secretos al público, las redes sociales han revelado algo nuevo sobre la cultura francesa y es que, aun con su visceral respeto a la privacidad, están tan interesados en esos ‘rumores’ como todos los demás y que esas revelaciones pueden poner término a las carreras de políticos hipócritas.

Otro de los mitos franceses en debate debido a un viejo/nuevo escándalo es el de ‘consentimiento y poder’ en las relaciones personales y profesionales. La publicación en enero del libro 'Le consentement', unas memorias de Vanessa Springora en las que detalla su relación con el galardonado escritor Gabriel Matzneff, cuando ella tenía 13 años y él 50, fue como una bomba en el país. Su casa de publicación, Gallimard, detuvo apresuradamente la venta de sus libros, y el escritor fue despojado de la subvención oficial que recibía desde hace años.

Aclamado como un autor atrevido y talentoso entre la intelectualidad francesa, Matzneff ha escrito numerosos libros sobre su pedofilia, sus relaciones con adolescentes y su práctica de turismo sexual con menores en Filipinas, y ha sido invitado de honor a programas de televisión, círculos literarios y entrevistas, sin que hasta ahora alguien lo criticara o denunciara. Su caída ha sido descrita como un momento #MeToo para los círculos literarios de Francia.

Las cosas están cambiando. Con internet, la privacidad no existe más. Afortunada o desafortunadamente, hoy es posible cuestionar la moral de personajes públicos, como tantas otras cosas importantes de nuestros días, presionando un par de teclas del teléfono celular.

Cecilia Rodríguez

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