Jeff Bezos, el dueño de Amazon, acaba de vender dos millones de sus acciones en la compañía por 4.100 millones de dólares, porque desde cuando se divorció se ha dedicado a una vida de gastos extravagantes.
Pero esa suma es solo una fracción de la fortuna del multibillonario Bezos. Amazon fue evaluada esta semana en 116.000 millones de dólares. No hay espacio en esta columna para enumerar sus muchas otras compañías e inversiones. El punto es que Bezos es el hombre más rico del mundo.
Aun así, con todo su dinero y todo su poder, Bezos ha estado en las noticias recientes, embadurnado en escándalos relacionados con su vida privada que incluyen desde mensajes apasionados, conversaciones íntimas, detalles de la relación extramarital que llevó a su divorcio, negociaciones sobre asuntos y líderes mundiales hasta el problemático tema de pornografía de venganza y la publicación de fotos privadas de desnudos.
Y todo eso debido a algo que puede ocurrirle a cualquiera: su teléfono fue ‘hackeado’ y el mundo entero se da cuenta de nuevo de que la privacidad no existe más. Si los textos y fotos del teléfono del hombre más rico del mundo, que vende dispositivos de escucha utilizados en millones de hogares y cuyos servidores crean la infraestructura de internet, puede ser interferido, ¿qué esperanza hay para el resto de simples mortales?
Lo que también se ha comprobado con la ‘hackeada’ de Bezos es que la gente que más tiene que perder –ejecutivos, funcionarios gubernamentales, celebridades y multimillonarios– son tan lamentablemente ineptos para salvaguardar su privacidad como quienes tienen poco o nada que perder.
No es la riqueza lo que convierte a alguien en una persona de interés para los hackers. Todos los que tenemos y usamos teléfonos estamos potencialmente en riesgo. Todos.
El ataque contra Bezos no es la muerte de la privacidad, que dejó de existir con la ubicuidad de los teléfonos y la importancia existencial que tienen en la vida de tanta gente, sino una nueva advertencia sobre los riesgos de vivir una vida conectada.
También es otro llamado a revisar lo que hace en línea. ¿Ha tomado las medidas mínimas para proteger su teléfono? ¿Cambia las contraseñas? ¿Es escéptico ante cualquier comunicación que parece fuera de lugar?
Esas son medidas lógicas, aunque es un hecho que no hay formas de usar un dispositivo digital de manera segura ni para las compañías electrónicas más sofisticadas, ni para los empresarios mas ricos, ni para usted o su familia.
El caso de Bezos resalta las amenazas que plantea una industria sin ley y que no rinde cuentas y es un recordatorio de que la proliferación de spyware comercial es un problema de seguridad global para todos los sectores.
El malware creado con el propósito explícito de entrometerse en comunicaciones privadas en línea, también conocido como spyware, se ha convertido en una industria de $ 1.000 millones que incluye desde los sofisticadísimos para espiar gobiernos hasta los más simples que permiten a las personas espiar a sus cónyuges o a sus hijos.
No olvide cómo Facebook y Google venden la información personal que usted les proporciona voluntariamente al mismo tiempo que las plataformas de mensajería más populares como WhatsApp, que pertenece a Facebook, tienen vulnerabilidades que los atacantes están permanentemente tratando de explotar.
Durante mucho tiempo se pensó en internet como una herramienta verdaderamente democrática, que iguala la capacidad de publicar y comunicarse sin importar las diferencias.
El dinero puede comprar muchas cosas. Pero en un internet peligroso lleno de códigos defectuosos, actores turbios y humanos distraídos, la seguridad total e infalible no es una de ellas. Básicamente significa que todos somos extremadamente vulnerables.
Cecilia Rodríguez