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La epidemia que trastorna al mundo

La epidemia que trastorna al mundo

Lo que parece claro hasta ahora es que no existe un esfuerzo coordinado entre los países.

“La conferencia del coronavirus se cancela debido al coronavirus” es el titular irónico de un artículo sobre una reunión internacional que, como tantos otros eventos en el mundo, fue víctima de lo que la Organización Mundial de la Salud ha designado una pandemia global.

El titular es una ilustración adecuada de la crisis de salud pública, social, económica y política causada por el brote de coronavirus y por las medidas de los diversos gobiernos para intentar controlar la propagación.

En Europa, la ironía es ampliamente evidente en términos de turismo, especialmente en ciudades que han estado sufriendo por exceso de turistas: los pocos vuelos que aún operan están semivacíos; las calles de las grandes ciudades, normalmente repletas de gente, también vacías, como los autobuses y otros medios de transporte público. No hay colas para museos, estadios, conciertos y exhibiciones. La contaminación del aire, visual y auditiva, disminuyó.

Lamentablemente, estas condiciones ‘ideales’ son el resultado de la cancelación de vuelos, el cierre de museos, teatros, estadios, almacenes (salvo droguerías y expendios de comida), así como de establecimientos educativos a todos los niveles, desde prekínder hasta la universidad.

A medida que avanza la epidemia, los países anuncian restricciones cada vez mayores, como el cierre de todos los lugares de trabajo, la prohibición de conferencias, seminarios, conciertos y todo evento que congregue gente. En países como Luxemburgo, donde las medidas son superestrictas, han prohibido que más de dos personas caminen juntas en la calle, y todos debemos mantener al menos dos metros de distancia entre unos y otros cuando salimos.

Prácticamente toda Europa continental ha cerrado las fronteras, y solo es posible ir de un país a otro con permisos especiales.

La progresión galopante del coronavirus hace realmente imposible analizar la situación con cabeza fría. Lo que parece claro hasta ahora es que no existe un esfuerzo coordinado de los países, y mientras las economías se ven paralizadas, los precios del petróleo van en caída, el mundo financiero entra en pánico y la recesión amenaza a todos, la tendencia dominante es que cada uno se defienda como pueda.

Cada nación, como explica la revista 'Le Point', se porta de acuerdo con su caricatura. Los estadounidenses, confiados en su poder, se consideran por encima del peligro; los chinos, en su culto por los secretos, ocultaron el brote de la epidemia y están pagando el precio; los italianos cumplen parcialmente las instrucciones de confinamiento, los franceses claman por un aumento del gasto público, los británicos creen que están protegidos por ser una isla, los alemanes confían en la eficiencia de su sistema de atención médica y no quieren pagar por otros.

La tesis de los nuevos populistas a la cabeza de gobiernos es creer en la efectividad de los muros, el proteccionismo, el aislacionismo, el nacionalismo. Pero, con muros o sin muros, la globalización es una realidad y ninguna pared, ideológica o literal, ha podido detener la epidemia.

Según ciertas predicciones, la crisis está comenzando y no ha llegado del todo al tercer mundo. Varios epidemiólogos sugieren que casi el 60 por ciento de la población adulta global podría verse afectada en unas semanas.

En el pasado, las pandemias han dejado atrás muerte y miseria, revolucionado la geopolítica y la economía mundiales y afectado la distribución de la riqueza dentro de las sociedades. Este nuevo brote es un momento histórico, emotivo y grave. El miedo y la ansiedad son elevados, y abundan las especulaciones, la desinformación y la manipulación de datos con fines políticos y económicos.

Hay que estar muy atentos, ser considerados, practicar el buen juicio y guardar la esperanza de que la comunidad científica internacional, que trabaja para crear una vacuna, logre crearla lo más pronto posible.

Cecilia Rodríguez

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