Ponerle nombre a lo ocurrido en la familia real británica ha sido uno de los motivos de agitación mediática global: ¿renuncia?, ¿despido?, ¿abdicación?
‘Sin precedentes’, en todo caso. La salida de los ultrafamosos príncipe Harry y su esposa, Meghan Markle, duque y duquesa de Sussex, del grupo central de la monarquía ha sido veloz y acorde con esta época de inmediatez en todo.
Tomó poco más de una semana desde el sorprendente y explosivo anuncio del príncipe y su esposa de que querían mayor independencia y “forjar un nuevo papel progresivo” para sus vidas –lo que provocó paroxismos de titulares, especulación y comentarios en la prensa británica y luego en las redes sociales– hasta la declaración oficial de la reina Isabel II, ‘liberándolos’ de servir a la corona y retirándoles el título de HRH (su alteza real).
Un movimiento ciertamente sin precedentes de la reina con su propio nieto, pero, dada la posibilidad de que los Sussex hagan acuerdos comerciales en el futuro, la necesidad de separar sus empresas de la casa real era apremiante.
El resultado podría servir como modelo empresarial de gestión de crisis: la familia les dio al duque y a la duquesa de Sussex lo que pedían y más: no solo no serán más altezas reales, sino que deberán reembolsar 2,4 millones de libras esterlinas de los contribuyentes que fueron usados para remodelar su casa en Windsor.
Harry, antes de regresar a Canadá, donde están viviendo por ahora, expresó su “gran tristeza” y explicó: “La decisión que he tomado para mi esposa y yo no fue a la ligera... realmente no había otra opción”.
El drama de los Sussex no es separable de la situación que vive el Reino Unido, en proceso de salir de la Unión Europea y que enfrenta a las instituciones tradicionales y conservadoras, representadas por la reina y sus sucesores, contra el mundo progresivo, cosmopolita, orientado a las redes sociales y en rápida evolución, representado por Meghan y Harry.
El 8 de enero, sin previa consulta con la reina, anunciaron su decisión de retirarse de sus altos cargos, de buscar independencia financiera y crear una nueva vida
Han pasado menos de dos años desde la boda de cuento de hadas del príncipe más elegible del mundo con una plebeya, y no cualquier plebeya, sino con una mujer profesional, inteligente, ambiciosa, orgullosa de su herencia racial, independiente y feminista. No precisamente Cenicienta.
Su Harry no es el perfecto ‘príncipe azul’. Es un hombre emocionalmente herido, en parte debido a la trágica muerte prematura de su madre, la superestelar princesa Diana, y que siempre ha luchado por adaptarse a las limitaciones de la vida en la burbuja real, a la prensa británica invasiva e implacable y a la falta de privacidad.
El tratamiento mediático de Meghan en el Reino Unido, repleto de connotaciones racistas a menudo manifiestas, giros negativos en muchas de sus decisiones y acciones y especulaciones, rumores y mentiras publicadas a diario, agregó mucho peso a su creciente descontento.
Así, en solo 20 meses, Meghan y Harry pasaron de ‘vivir felices para siempre’ a sentirse limitados por falta de privacidad, exposición incesante y críticas cada vez más agrias de la prensa, y concluyeron que no aguantaban más.
El 8 de enero, sin previa consulta con la reina, anunciaron su decisión de retirarse de sus altos cargos, de buscar independencia financiera y crear una nueva vida entre el Reino Unido y América del Norte.
La respuesta, una vez superada la sorpresa, después de una cumbre familiar, fue rápida y contundente: a partir de una fecha no especificada la próxima primavera, los Sussex están exentos de deberes reales y no recibirán más una parte de los 82,2 millones de libras esterlinas de subvención anual desembolsada a la familia real por el Tesoro.
Un cuento de hadas moderno en el que “felices para siempre” se volvió insostenible.