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El empleo no es una dádiva

Está tomando fuerza una posición inadmisible de quienes generan empleo formal, los empresarios.

La situación del mercado laboral es crítica y los pronósticos no son nada alentadores. Esto es absolutamente innegable, y las consecuencias de esta realidad las están asumiendo millones de personas, especialmente mujeres y jóvenes, con las implicaciones sociales que estos hechos conllevan. En el país, antes de la pandemia se había identificado que el 43 % de los hogares tienen jefatura femenina, lo que genera una honda preocupación sobre la situación actual de esas familias, muchas de las cuales deben pertenecer a sectores de ingreso bajo que subsisten con el trabajo informal o de baja remuneración de las madres. En cuanto al desempleo juvenil, no solo se asocia a grandes carencias para una vida digna, sino que se agrega la funesta señal de que no vale la pena estudiar porque no hay oportunidades para este sector de la población.
El desempleo está bajando fundamentalmente porque quienes obtienen su diario vivir en la calle están de nuevo allí, tratando de conseguir lo mínimo posible exponiéndose a contagios que no cesan, porque la pandemia no muestra aún signos de reducción de su impacto.
Estos descensos de las cifras de desocupados no son para cantar victoria porque el empleo formal no reacciona, y el conjunto de esta crisis de empleo sumado a la reconocida insuficiencia de los apoyos estatales a quienes más lo necesitan, se ha traducido en una crisis de demanda y en una lenta recuperación de la economía en el país.
Por ello, bienvenidos los esfuerzos para crear empleo. Finalmente, muy tarde, se está aceptando algo que se les planteó inclusive a los gremios, pero que no escucharon: empleos de emergencia en pequeñas obras, financiados por las alcaldías y el sector privado. Muy bien que se insista en mejorar los apoyos del Estado a sectores que han caído en la miseria, como señalan datos del Dane sobre la alta proporción de personas que no pueden tener 3 comidas diarias. Eso se llama indigencia.
Sin embargo, en las propuestas más amplias y en la misma discusión sobre el salario mínimo está tomando fuerza una posición inadmisible de quienes generan empleo formal, los empresarios, acompañados de conocedores del tema por ser economistas y exministros de Estado: generar empleo en esta crisis es darles dádivas a los que carecen de esta posibilidad de generar ingresos. Por consiguiente, los beneficiarios de estas propuestas tienen que conformarse con reducción de los salarios. Pero resulta que el trabajo genera valor, por favor, y de ese valor se benefician quienes contratan mano de obra. Esa mano de obra subpagada no la sientan en una esquina de las fábricas, sino que la ponen a producir. Obviamente, quien no ve otra posibilidad de tener algo de ingresos va a aceptar que le paguen el 80 % del salario mínimo, no le contribuyan a pensiones ni cotice a las cajas de compensación. Pero frente a este tipo de propuestas, que se sienten de alguna manera en el debate del salario mínimo, es necesario considerar dos realidades.
Primero, todos hemos perdido en esta crisis, pero el tamaño de la pérdida es muy distinto. No es comparable la que han sufrido los grandes empresarios que por décadas han tenido utilidades y pueden soportar esta crisis con la de aquellos que simplemente han sobrevivido durante gran parte de su vida. ¿O es que en Colombia no ha habido capitalismo? Es decir, ¿los empresarios han estado quebrados siempre? Segundo, es inconcebible que, en aras de emplear a algunos, el sacrificio quede solo en la mano de obra y quienes han acumulado riqueza simplemente hacen un favor cuando generan empleo. Si esta es la forma como ven su esfuerzo para crear puestos de trabajo, es mejor que no generen empleo, sino que simplemente les den limosnas a los desempleados. Recuerden el trabajo no es una dádiva.
Cecilia López Montaño
cecilia@cecilialopez.com
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