El 20 de enero del 2017 es el inicio de un nuevo orden mundial del siglo XXI. La posesión de Donald Trump significa el mayor rompimiento de las relaciones de poder diplomático, comercial y económico en el mundo en los últimos 50 años.
Ese día se cerró la era Obama, marcada por logros en materia económica, dificultades para la aprobación de reformas ambiciosas en el Congreso y una política internacional que en los últimos días estuvo convulsionada por la relación con Rusia y con Cuba.
Sin embargo, hay un aspecto que ha merecido menos análisis y en el que el Presidente y su familia hicieron historia. Tiene que ver con la majestad de la presidencia, con su forma de actuar y con el ejemplo que dieron como líderes de la potencia más importante del mundo. Los Obama dejaron al planeta, no solo a su país, un legado de valores, igualdad, dignidad humana, justicia, positivismo, sinceridad y afecto.
Barack y Michelle Obama nos inspiraron. Para hacerlo, no expidieron leyes, decretos u órdenes ejecutivas. No se trata de un asunto menor o cosmético; es lo contrario: su día a día fue un reflejo de sus principios, del respeto por los demás y del convencimiento de la importancia de avanzar en la igualdad y eliminar cualquier rasgo de discriminación.
Desde el punto de vista político, esto genera credibilidad y respeto frente a sus propuestas, pero el efecto positivo no se limita a eso. Que quien ostenta el cargo más importante del mundo resalte de manera permanente los logros de su esposa, los valores de sus hijas y critique a quienes insultan y atacan a las mujeres tiene un efecto transformador.
Los políticos y algunos evaluadores de políticas públicas tienden a desconocer cualquier efecto que no se mida en el PIB, en las tasas de desempleo o en algún indicador macroeconómico. Por el contrario, quienes han estudiado sobre liderazgo saben lo importante que es liderar desde el ejemplo y formar a través de él a nuevos líderes.
Es natural que estas condiciones de Obama resalten mucho más al compararlas con su sucesor y con otros políticos en el mundo, que utilizan su posición para matonear, maltratar a sus colaboradores, insultar a las mujeres, promover políticas discriminatorias hacia las minorías y utilizar la mentira y el engaño como herramienta electoral. No en vano la palabra del año en 2016 fue ‘posverdad’.
El mandato de Donald Trump supone una ruptura en muchos aspectos; de manera inmediata, es un riesgo para Colombia en los planos económico y comercial, en donde debemos estar preparados para no ser sorprendidos por políticas proteccionistas y de cierre de mercados.
Pero también debemos alistarnos para evitar que esa ruptura genere retrocesos en materia de igualdad y de no discriminación. Lo que pase en Estados Unidos sobre estos temas tendrá impacto en Colombia. Cualquier medida o actuación allá les dará nuevos bríos a quienes acá promueven la calumnia, el odio, la venganza y acciones que limitan nuestros derechos. Como dijo Meryl Streep: “La falta de respeto invita a la falta de respeto. La violencia incita a más violencia. Cuando los poderosos usan su posición para abusar de otros, todos perdemos”. Por eso, no podemos olvidar que el poder más grande en una democracia reside en sus ciudadanos, de nosotros depende ceder parte de ese poder a buenos o malos gobernantes.
CECILIA ÁLVAREZ CORREA
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