Esther Ballestrino fue una de las fundadoras de la asociación Madres de Plaza de Mayo, cuya razón de ser es buscar a los desaparecidos durante la dictadura en Argentina, motivo por el cual fue secuestrada, torturada y asesinada.
Jorge Bergoglio, nuestro papa Francisco, tuvo una cercana relación con Esther, dado que fue su alumno. No ahorra calificativos para referirse a ella: “Le debo mucho a esa mujer”, “me enseñó a pensar”. Nunca ha ocultado su admiración hacia su maestra, una comunista acérrima militante de un partido socialista y, para rematar, atea.
Cuanta enseñanza arroja el padre Jorge, un hombre sin duda de los más creyentes, capaz de reconocer en una mujer sin fe en Dios a una real avezada de la vida. Tiene que ser un ser humano excepcional. Y así lo ha demostrado desde temprana edad, cuando, sin miedo alguno, combatió las atrocidades de la dictadura que oprimía Argentina, no solo de palabra sino con hechos y actos.
Por el colegio donde trabajó el padre Jorge en aquel entonces desfilaron decenas de jóvenes que escaparon de la crueldad del régimen, bajo su ala protectora. Siempre se regocijó de trabajar para los pobres y con los pobres. Su vida austera en ese entonces demuestra su valor más preciado: la humildad. Valor que hoy infunde en la Iglesia de San Pedro. También han sido consistentes sus manifestaciones políticas: siempre en busca de la dignidad humana.
El papa Francisco tomó la decisión de venir a Colombia hace mucho tiempo. Este viaje no es parte de una gira por Latinoamérica. Él, con su fe, creyó en el proceso de paz desde siempre y sabe que es una ganancia para el país y para el continente. Su apoyo fue incondicional y fundamental para que muchos creyentes no se tragaran las mentiras que algunos, por cuestiones políticas, quisieron endilgarle al proceso.
Con su bendición quedará cerrado un capítulo de la historia de Colombia: el de la guerra, y abierto uno nuevo: el de la paz. Y con esa bendición también me retiro yo de estas páginas editoriales, que me permitieron por más de doce meses expresar mis puntos de vista sobre diversos temas con todas las garantías de la libertad de expresión. Mi función principal como columnista fue la de ayudar a entender la importancia del proceso de paz, sus beneficios y los retos que hoy nos quedan para no repetir la historia de violencia que ha desangrado a Colombia.
Seguramente pasarán años para que seamos conscientes de que tenemos todas las herramientas para ser un país en paz; para que nos una el amor y no nos separe el odio; para que el respeto por el otro y sus diferencias sean parte de la vida cotidiana; para que los líderes actúen con transparencia y guiados por el bien común y no por su propio ego. La ruta está trazada: una nación que siga inspirando al mundo, como ya lo hizo con el proceso de paz. Las Farc deben dar un ejemplo de virtudes democráticas, y cada colombiano tiene en sus manos la tarea de ser un mejor ciudadano. Esperemos que en las próximas elecciones se debatan ideas y no se promuevan calumnias ni odios.
Fue un privilegio haber contribuido a la paz y haber sido columnista de este periódico. A Roberto Pombo, a Luis Noé y todos los que hicieron posible estos escritos, mi agradecimiento infinito.
Que la visita del Papa nos enseñe amor, respeto y convivencia pacífica entre hermanos de una misma nación.
CECILIA ÁLVAREZ CORREA