“Me gusta Bogotá porque es mujer” fue el inicio del concierto de una cantante en los 80. Corrió un fuerte escalofrío por mi cuerpo y apreté la mano de la mujer a mi lado. Hago parte de una generación en la que perseguían a los homosexuales, lo que nos impulsó a muchos a quedarnos en el más profundo y oscuro escondite. En el ‘apartheid’ del clóset.
Me fui temprano lejos de casa. Extrañé a mis padres, pero el señalamiento de muchos pudo más, y no lo afronté. Sufría en silencio cuando se hablaba despectivamente de los homosexuales: “¡qué lástima que fulanito sea marica!” o “fulanita, linda, pero vive con una mujer”. No me atreví a alzar mi voz. Quise demostrarle al mundo que merecía respeto y triunfaría por encima de mi condición sexual. ¿Cómo hacerlo? Demostrando a los demás que era la mejor, la más estudiosa y la más trabajadora. Tremendo error.
Llegó el día en que rompí mis propias cadenas. Un sobrino, con la inocencia de sus 7 años, me dijo: “Tía, ¿es verdad que tú eres gay?”. Y me dije: “es ahora o nunca”. Le contesté: Sí, amor. Solté el peso inmenso que cargaba, el muro que había construido, que me distanciaba del resto del mundo. Comencé a vivir mi vida sin nada que ocultar y con la tranquilidad que otorga tener el patrimonio de la honestidad.
Nada espero del Congreso de Colombia. Nada se puede esperar de senadores que exigen ‘oxígeno’ para cumplir con su deber. ¿Alguien esperaba que las mayorías allí entendieran que todos somos iguales ante la ley? Las transformaciones históricas no ocurren en los congresos del mundo. La esclavitud no terminó porque los políticos entendieron que todos somos libres. El voto de las mujeres no se alcanzó gracias a los parlamentarios. Los grandes cambios de la historia se han dado porque valientes mujeres y hombres, fuera de la política tradicional, lograron estremecer naciones para que la igualdad y la libertad fueran una realidad.
Más allá del propio ‘apartheid’, el riesgo al que el Congreso nos quiere someter es peligroso y mentiroso. Peligroso, porque la historia tiene ejemplos de matanzas por causa de inventos de políticos que agrupan a ciertos seres humanos como superiores a otros. Y mentiroso, porque bajo el halo de la cristiandad algunos quieren propagar una moralidad subjetiva, tergiversando la más básica de las enseñanzas de Cristo: “Amaos los unos a los otros”.
Entiéndanlo de una vez por todas: la orientación sexual no es opcional, simplemente ES, sin mayores misterios. Nadie se va a convertir en homosexual por tener padres homosexuales, y ningún homosexual se va a convertir en heterosexual por tener padres heterosexuales. En la democracia, los fundamentos son claros: todos somos iguales ante la ley. Punto. Sin embargo, hacer realidad esa igualdad es de quienes no nos conformamos y creemos que el cambio sí es posible. Libraremos batallas, sin las cadenas del propio ‘apartheid’. Pero es esa la historia de la humanidad: luchar para hacer de este mundo un lugar en donde todos podamos vivir dignamente, sin humillaciones. A los congresistas que votaron sí al referendo discriminatorio, les dirijo las palabras de Cristo: “Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y a los 25 del no: ¡gracias!
Trino: grande Santos en contra del referendo ‘Lucio’. Primer mandatario en tener una pareja de lesbianas en su gabinete. Hechos que ayudan a la igualdad en Colombia.
CECILIA ÁLVAREZ CORREA