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Año bisiesto

Año bisiesto

Las victorias de Trump o el 'No' a la paz son ejemplos que encajan en la superstición de mi padre.

Mi padre, Haim Álvarez- Correa, judío converso, les temía a los años bisiestos. Guardaba en su memoria, de manera organizada, una serie de eventos que ocurrieron en estos, cuando las horas que le sobran a cada año se acumulan hasta convertirse, al cabo de cuatro años, en un día adicional.

Incluía en su relato de tragedias bisiestas el hundimiento del Titanic, en 1912; el asesinato de Gandhi, en 1948; de Martin Luther King, 20 años después, en 1968; de John Lennon, en 1980.

Yo, al oírlo, me reía. Y le decía: “Papá, tú sí eres supersticioso”. Él, convencido, replicaba: “Estás muy joven, Chechy, ya verás”. Y continuaba con su extenso recuento de los sucesos más horrendos ocurridos en los bisiestos.

Hoy, el tiempo le dio la razón al viejo Haim: el mito se convirtió en realidad. Lo que ha sucedido en el planeta Tierra en el 2016 es irracional. Las victorias inesperadas de Trump, el ‘No’ a la paz y el ‘brexit’ son ejemplos palpables que encajan en la superstición de mi padre.

Se hubiera visto en aprietos Haim explicándome la situación, no por lo del mito, sino por la distorsión de valores que enmarcaron estos tres eventos de este año bisiesto.

¿Cómo me habría explicado mi padre que el fin justifica los medios? ¿Cómo me diría hoy que Maquiavelo se convirtió en el ejemplo a seguir? ¿Cómo así que una población se puede manipular a través de la rabia, el odio, el miedo y la mentira para obtener el resultado que se proponga un supuesto líder? ¿Cómo que la misoginia conduce al éxito, que la mujer es el sexo débil y por eso se puede maltratar, ultrajar, abusar de ella sin recato alguno? ¿De verdad la doble moral es lo que hace más fuerte al ser humano? ¿En serio las sectas religiosas y desde los púlpitos los pastores y curas incitan a un país a optar por la guerra?

Estoy segura de que en su explicación me habría dicho que la mentira y el odio son herramientas de seres sin trascendencia, de débil huella. Insistiría Haim en que ese ejemplo no es el correcto, que no es hora de quejarse y lamentarse. Que es hora de hacer y de entender que la mayoría de la gente es buena, pero que sus necesidades no han sido comprendidas y que sus ansias terminan siendo manipuladas. Que la democracia es grande cuando los líderes piensan en la próxima generación, no en la próxima elección.

Parafraseando cierta conversación telefónica, lo que vivimos hoy es una ‘Trumpada en la jeta, marica’. Una bofetada a los derechos, a las libertades, a la igualdad. Un golpe en la cara que nos lleva a reflexionar sobre el sentimiento ciudadano frente al establecimiento; sobre la oscuridad que reina en los datos de las encuestas y en algunos medios de comunicación. Alguien como mi padre, hoy, buscaría ahondar en las preocupaciones de la gente y la ayudaría a solucionar sus problemas.

Creo firmemente que el viejo, judío converso, que asistía sagradamente los domingos a la homilía se hubiese regresado al judaísmo al oírles tanta pendejada a los curas, en los púlpitos, promoviendo la guerra y en contra de la paz y hablando de una supuesta ideología de género que ellos mismos se inventaron para esconder el pecado en sus sotanas.

¡Que viva el viejo Haim!

Por último: gracias, viejo, por tu consejo de no estudiar estadística y preferir la ingeniería. Hoy seguramente estaría, en una firma encuestadora, buscando escampadero.

CECILIA ÁLVAREZ CORREA

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