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La otra mejilla

La otra mejilla

Muchos, para escaparse del doloroso trabajo de pensar, presentan este proceso como la necesidad de elegir entre Santos y Uribe. Eso es una tontería.

He leído y oído decir que hay que tratar sin odio y sin insultos a los partidarios del No en el plebiscito. Estoy de acuerdo. Así son las democracias. Se basan en la tolerancia, el respeto mutuo, la aceptación de la diversidad, la búsqueda de la equidad y la comprensión de que todo el juego político debe darse en libertad y paz. No hay duda, hay que ser así.

Todo lo que ellos no son. Debemos enfrentarnos al ácido, a la hiel, a la tergiversación, el insulto y la mentira que exhuman los cruzados del No. Lo hacen con tal vigor y organización que parece que se jugaran el honor, la vida y el patrimonio. O, en orden de importancia para ellos, el patrimonio, la vida y el honor. Lejos de mí el insultarlos. Después de leer los innumerables insultos recibidos como comentarios a mi columna pasada, noto con satisfacción que los partidarios del Sí somos más demócratas que los que están por el No.

Por lo menos, yo no he oído decir a los nuestros lo que Uribe declaró en un noticiero: que si ganaba el Sí, él y los suyos saldrían a recorrer el país para atravesarse a ello. Es decir, no importa el voto de los ciudadanos. Su arrogancia lo impele a la arbitrariedad. Es consecuente: antes de que existiera un documento en La Habana, nos agoraban desgracias, sin saber qué se discutía allá. Ahora siguen dando la misma cantaleta, no obstante las 297 páginas, que parece que no han leído. Demuestran que solo los mueven su odio y sus prejuicios.

En estos días hay pequeñas chispas de lo que puede ser el país. Por primera vez hemos visto jefes guerrilleros sin armas, echando discursos para la paz y no para la guerra. Algunos niños, pocos por ahora, pero niños, han salido de la guerrilla. El Gobierno y otras entidades tratan de explicar los alcances del acuerdo. Hay oídos sordos.

Muchos, para escaparse del doloroso trabajo de pensar, presentan este proceso como la necesidad de elegir entre Santos y Uribe. Eso es una tontería. En estos días nos han recordado que Uribe, en su momento de gobierno, les ofreció y dio a las Farc mucho más de lo que han obtenido en este acuerdo. La elección no es entre personas, tal como siempre solemos hacer en la política colombiana. No distinguimos entre personas y lo justo (el que nos cae bien tiene razón); entre origen familiar y capacidad (los delfines heredan habilidades); entre clase social y conocimiento (los indios y el tornillo son incompatibles); entre democracia e ideología (todo progresista es comunista).

En fin, quien no está de acuerdo conmigo está equivocado. La única decisión que hay que tomar ahora es por el bien del país, por la paz, por una mejor justicia social, sin el susto al secuestro, la violación, las bombas unipersonales, los bombardeos, los ‘falsos positivos’, la corrupción de los armados.

Está bien, no hay que ofenderlos ni insultarlos. Eso es lo democrático. Ellos no deberían hacer lo mismo. Que normalicen sus ojos desorbitados, el despotismo no ilustrado, el pánico psicológico y la amenaza del precipicio como instrumento político para que se vote el No. Demos la otra mejilla, pero ojalá salgan de su error.

Que dijera: quisiera participar del júbilo y celebraciones a propósito del concepto del Consejo de Estado respecto a la reelección del procurador Ordóñez y su consiguiente salida. Desafortunadamente, con una decisión tan demorada, propia de la justicia colombiana, este señor impuso su arbitrariedad durante tres años y ocho meses. Pero lo que es peor es que su echada lo catapulta a la candidatura a la presidencia, seguramente a nombre del Centro Democrático. Se arropará con el manto del ser perseguido por los partidarios de los pecadores e hijos del diablo.


Carlos Castillo Cardona

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