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Escándalo, indiferencia y olvido

Nuestro país tiene un mecanismo social similar al modelo de Kübler-Ross; desecha lo que le molesta.

Para explicar lo que ocurre con una persona que sufre una desgracia con carácter traumático, la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross elaboró un modelo, actualmente muy conocido y aceptado, que describe las etapas por las que se pasa para superar el dolor. Inicialmente, la persona entra en la negación del problema; pasa a la etapa siguiente, la ira por lo que le ha ocurrido; después llega la depresión, y finalmente acaba en la aceptación del hecho.
Nuestro país debe de tener un mecanismo social similar al del modelo Kübler-Ross, que permite echar a la oscuridad lo que molesta, disgusta y hace daño. Por décadas hemos recibido diariamente las peores noticias. Tantas y tan repetidas son que muchos colombianos sienten que los hechos de corrupción, delincuencia, ineficiencia, narcotráfico y demás males están realizados y concertados por grupos que dominan la sociedad. Existe un sentimiento fatalista, pues los intentos de cambiar la estructura y el sistema social han fracasado. Ante este permanente desencanto, es legítimo preguntar cómo sobrevive un país bajo la sombra de la tragedia, que no se desintegra ni se diluye. El modelo estaría conformado por las etapas de escándalo, indiferencia y olvido.
El escándalo. Los medios de comunicación se han especializado, y el país los sigue, en el escándalo. El síndrome periodístico de encontrar la chiva hace parte de la profesión. Estamos acostumbrados a grandes despliegues sobre las mafias de la corrupción, de las drogas y de la violencia. Las noticias de los hechos execrables, dignos de la página roja, llenan los espacios informativos. Es frecuente la denuncia de la permanente ineficiencia, malversación y dolo de los tres poderes del Estado. No paran las noticias sobre los asesinatos de gentes comunes y de líderes políticos y comunitarios.

Todo el cúmulo de noticias, escándalos arrastrados por la indiferencia va a desembocar, finalmente, en olvido. Pertenecemos a una sociedad amnésica. Nadie recuerda los escándalos ni a
sus actores.

Y no se trata de que los medios de comunicación se inventen el escándalo. Es que nuestra realidad es escandalosa. Las violaciones de la ley en este Estado de derecho no hay que inventárselas. Llegan solas, sin disfraz, apelmazadas, a las puertas de los periodistas. El escándalo, o simplemente la presentación escueta de los hechos, sería suficiente para tener una sociedad consciente, avisada y con propensión a actuar políticamente para enderezar las injusticias y reforzar la democracia. Sin embargo, al día siguiente hay otro escándalo. La falta de seguimiento de la noticia, la no profundización de los hechos y sus causas hacen que cada noticia quede tapada.
La indiferencia. Las denuncias se vuelven anodinas cuando no se profundiza ninguna ni que el Estado persiga, juzgue oportunamente y condene a los culpables. Un escándalo mata a otro. El conocimiento de los hechos termina en nada. Como todo parece inocuo, el público acaba volviéndose indiferente. Nadie permanece escandalizado con lo que ocurre. Se llega a aceptar el principio tan trajinado: ‘Aquí somos así. Nada cambiará’.
El olvido. Todo el cúmulo de noticias, escándalos arrastrados por la indiferencia va a desembocar, finalmente, en olvido. Pertenecemos a una sociedad amnésica. Nadie recuerda los escándalos ni a sus actores. Hay una confabulación en contra de los esfuerzos para recuperar la memoria histórica y apoyar a las comisiones de la verdad.
Los educadores decidieron eliminar el estudio de la historia. Se trata de que nadie se acuerde de sus héroes. De mujeres y hombres que buscaban una sociedad mejor. Seguirán matando a los de hoy. Lo peor llega cuando los que están en contra de la verdad y la reparación niegan el pasado o lo tergiversan en favor suyo, para mantener los privilegios y los bienes que obtuvieron de tanta violación, crimen y corrupción.
Carlos Castillo Cardona
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