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Algo cambia

En Bogotá se acudió a las urnas con la profunda desilusión de la clase política.

Un tuit de algún ser que está descompuesto por el triunfo de Claudia López dice que los mamertos y homosexuales deben estar felices. Ninguna afirmación es totalmente falsa, pero creo que la pasión que enceguece al tuitero no le permite ver más allá de sus narices. No parece probable que los más de millón cien mil votos recibidos por la primera mujer que va a ser alcaldesa de esta ciudad obedezcan a razones estereotipadas. Además, los discursos y entrevistas dados por la candidata electa muestran un nivel de moderación, conciliación y serenidad que contrastan con la arrebatada reacción en las redes de aquellos que pretenden triunfar con la violencia por encima de la razón.
Los derrotados no tienen en cuenta que, más allá del feminismo, lesbianismo y el apasionado y merecido beso con su pareja, es una notable profesional y experimentada política que hace un llamado a la equidad, la libertad, la paz, la anticorrupción, el medio ambiente, la participación social, el respeto a los derechos humanos y al desarrollo sostenido. Una ciudad que está acostumbrada a ver alcaldes hundidos en la corrupción, en el pago de campañas con contratos, en la ineficiencia y en el esfuerzo de imponer su criterio por encima de todo no puede entender fácilmente los vientos de cambio y renovación. Solo lo entienden mayoritariamente los jóvenes, no cómplices de ese pasado, no contaminados por él, como víctimas que son de ese mar de injusticias. En Bogotá, como en otras ciudades y regiones, se acudió a las urnas con la profunda desilusión de la clase política y el cansancio de una estructura política. Y se derrotó el autoritarismo.
También es cierto que los votos de Claudia López en Bogotá o los que superaron a los partidos tradicionales en otras regiones no suman mayorías abrumadoras en relación con el censo electoral. Todavía hay gran abstención de gente que ha perdido el interés o nunca ha tenido acceso a la participación política. Aún se mantienen y refuerzan los bastiones de los políticos tradicionales que se aprovechan de este sistema político.

Claudia López tiene la necesidad y la obligación de demostrar que los nuevos aires,
las formas transparentes, no autoritarias, incluyentes, equitativas... son eficientes y viables

Gran parte de los electores de Claudia y sus similares en el resto del país se acercaron a las urnas buscando algo que los sacara del tedio predecible de nuestra política.
Imagino que otros lo hicieron con la conciencia política de que se tienen que cambiar las cosas. Que está llegando el fin del sistema del capitalismo salvaje, que solo ha beneficiado a unos pocos que concentran la riqueza y el poder. Llegan aires renovadores. Afortunadamente, en Colombia se ha votado por ello; en países vecinos están en duras revueltas, desesperados por la desigualdad a la que se ha llegado.
López enfrenta la responsabilidad de ampliar la base política. Tiene la necesidad y la obligación de demostrar que los nuevos aires, las formas transparentes, no autoritarias, participativas, incluyentes, equitativas, no discriminatorias, no homofóbicas, las del respeto de los derechos humanos y la paz son eficientes y viables. Que es posible hacerlo sin caer en los sucios mecanismos a los que estamos acostumbrados y de los que estamos hastiados. La terrible sombra de los fracasos, traiciones y falsos profetas no debe empañar su gobierno. No puede dejarse absorber por el sistema que tenemos. La arbitrariedad no debe seguir.
Sé que es mucho pedir, pues se trata de una labor titánica. Afortunadamente, Claudia López tiene detrás a las nuevas generaciones, más desprovistas de vicios y prejuicios. Su llamado a que se haga un esfuerzo por todos, pues para todos tiene que gobernar, parece tener una respuesta sensata de sus oponentes en las elecciones. Ellos y nosotros estamos obligados a velar por el bien común.
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