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¡Ah, Barcelona!

Barcelona no se derriba, se une, se apoya solidariamente. Se levanta diciendo “No tengo miedo”.

Ahora que todos hablan de Barcelona, mi amigo Carles, nacido en ella hace muchos años, bajo el régimen de Franco, no deja de suspirar a la sombra de sus recuerdos. Eran calles silenciosas, no tenían la marejada de turistas de ahora. Estaba restringida por la posguerra y el aislamiento de España del resto de la Europa liberada del terror nazi.
En esa Barcelona, posrepublicana, había que bajar la voz para hablar del régimen que se había impuesto después de una horrenda guerra civil que había dejado millares de muertos incontables, muchos de ellos sin nombre y sin reconocimiento. En la infancia de mi amigo, el silencio era más grave por el exilio de artistas, intelectuales y políticos.
Mi amigo, que emigró siendo niño, se había llenado de recuerdos que nunca ha olvidado. Todavía se ve en el Liceo Francés levantando su mano hacia un mapa para indicar a sus compañeros, guiado por su profesora, dónde quedaba Colombia, lugar a donde partiría con sus padres. También recuerda el día que bajaba por la calle Balmes con su tía Lola, que le hizo guardar silencio cuando preguntó qué pasaba en el cine de la acera de enfrente.
La resistencia había hecho explotar una bomba en un cine la noche anterior. Pasaba un taxi negro, cuadrado, como un Ford 28. Es inolvidable el día que desde el balcón de la casa de su abuela vio cómo la gente vociferaba y perseguía a un carterista. Se lo llevó un policía.

Ahora le ha llegado el horror de nuestros días, el terrorismo producto de tantos errores de política e intereses económicos internacionales

Nada saca de su memoria el momento en que su tía Teresa habló del fin de la guerra mundial, que se había concretado ese día. Estaban sobre un puente sobre la calle Aragón. Por debajo pasaba un tren lanzando humaredas negras. Hace años que esa calle está cubierta y los automóviles corren por encima.
El ámbito de mi amigo fueron las amplias calles y los chaflanes del Ensanche, consecuencia del plan Cerdá de mediados del siglo XIX, antes del de Haussmann de París, que le dio la expansión a Barcelona, sin destruir la Ciudad Vieja, cargada de historia. La describe el historiador Robert Hughes. Muchos la novelaron, como Eduardo Mendoza, Falcones y tantos otros. George Orwell le hizo un homenaje por la guerra civil.
Mi amigo ha ido muchas veces a Barcelona desde que vive en Colombia. La ha visto crecer y transformarse. No solo por los Olímpicos. Vio los cambios con la muerte del dictador, el destape, la transición hacia la democracia, el despertar de la libertad, la libre edición y la recuperación de la lengua catalana. La renovación de la contradicción entre la catalanidad y la hispanidad, viejos rebusques políticos cuyo resultado nadie puede prever.
Pero, ahora le ha llegado el horror de nuestros días, el terrorismo producto de tantos errores de política e intereses económicos internacionales. Un fanático arrolló a los caminantes y vendedores de Las Ramblas, ese paseo referente para muchas personas del mundo. Hirió a 100 personas y mató a 13.
Empezó su carrera asesina frente al café Zúrich, donde años atrás se reunían los progres, izquierdistas, que confabulaban contra Franco. Su recorrido mortal terminó frente al Teatro del Liceo, donde por más de un siglo han cantado y actuado los mejores artistas. Enfrente está el Café de la Ópera, donde tanto intelectual e izquierdista se reunía, también para oponerse a la dictadura. El terrorista se bajó del carro de la muerte y se internó en el mercado de La Boquería. Allí donde en el Medioevo se realizaban las ferias frente a las murallas de la ciudad, al otro lado de Las Ramblas, que no era una calle, sino una riera o curso de aguas.
Barcelona no se derriba, se une, se apoya solidariamente. Se levanta diciendo “No tinc por”, “no tengo miedo”. Tampoco lo tiene mi amigo.
CARLOS CASTILLO CARDONA
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