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¿A ver si cae?

Es posible que varios esperen su caída para remplazarlo, que lo estén empujando para dejarlo solo.

Cuando se escoge a alguien a dedo, como fue escogido el candidato Duque por el expresidente Uribe, se generan toda clase de malestares entre los excluidos, siempre insatisfechos. La envidia produce deslealtad.
Duque fue elegido sin que sus competidores lo reconocieran como el mejor. Ni antes ni ahora. Varios pueden estar deseando que él caiga con cualquier atolladero o torpeza con los que frecuentemente se tiene que enfrentar. Los que lo rodean, que deberían ser su apoyo y su salvavidas, no lo son. Por el contrario, colaboran con sus fallas, voluntaria o involuntariamente; por acción o por omisión; porque le dan consejos equivocados o porque no le dan los que le impidan meter la pata. Los errores de Duque han superado sus aciertos. Veamos:
El caso Venezuela. Se envolvió, se comprometió y quiso ser líder de toda esa aventura concebida en Washington y Miami que nos prometía acabar con Maduro en pocas horas. El llamado usurpador sigue ahí. No sabemos cuánto pueda durar. El peligro de la guerra, en la que nos veríamos envueltos, sigue vigente. La estrategia fallida del “cordón diplomático” contó con el apoyo visible y triunfalista de la Vicepresidenta, del ministro de Defensa, del canciller y de un corro de loadores. Todos han fracasado, pero el fracaso visible es el del presidente Duque.

En ese horrible juego de poder, al presidente Duque lo hacen aparecer como torpe, el que comete los errores. Los cómplices de
las fallas acaban escondidos.

El Plan de Desarrollo es uno de los que han tenido mayores críticas, sin que los áulicos hayan salido decididamente a defenderlo. El presidente Duque parece estar solo en ello.
No le ha ayudado hacerle objeciones a la JEP. Las críticas internas solo son comparables a las de asombro de los organismos internacionales, que reafirman el apoyo a la justicia transicional y a la independencia de poderes. Detrás ha estado el Fiscal, que empujó a Duque y lo lanzó al agua, quedándose él en la cómoda orilla. El canciller lo ha aprovechado para hacer un largo periplo para quedar, como le corresponde, en ridículo. Todo parece indicar que la impulsadita del Fiscal y el apoyo de los gremios, que creen que este es su gobierno, van a ser inútiles ante lo que diga la Corte Constitucional.
La reforma tributaria, contraria a lo dicho en campaña, se enreda. Minhacienda tira la piedra y esconde la mano. Los ricos pagarán menos y la clase media, más, pero Duque va a quedar solo frente al público.
El terrible atentado a la Escuela de Policía fue la demostración de la incapacidad del Gobierno y de la ignorancia de lo que es un compromiso de Estado. La torpeza del Eln le sirvió a Duque para romper las negociaciones. Pero también, para hacer el oso al pedirle a Cuba que entregue a los negociadores para meterlos presos. Ha sido mal visto internacionalmente, pero ya nadie se acuerda de cómo Duque estaba flanqueado por la Vice, el ministro de Defensa y el Fiscal. Si se queda mal, es Duque el que queda mal.
Con tanta torpeza, reafirmada y difundida por sus “colaboradores”, es posible que alguno o alguna o varios esperen su caída para remplazarlo. Es posible que lo estén empujando para dejarlo solo. En ese horrible juego de poder, al presidente Duque lo hacen aparecer como torpe, el que comete los errores. Los cómplices de las fallas acaban escondidos.
Pero no hay que dejarse engañar, aunque haya sombra. Aunque oculto, Uribe sigue al mando. Es él quien ha estado detrás de todas las jugadas. Sin aparecer al lado de Duque en las ruedas de prensa, él es el de los errores. Incita y obliga a tomar las decisiones y acciones de gobierno. A Uribe no le interesa ni desea que caiga Duque, porque constitucionalmente no lo podrá remplazar. Basta con que se haga “lo que diga Uribe”. Esa es la única promesa cumplida de campaña.
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