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Nadie sabe para dónde vamos

Por primera vez en muchos años, la incertidumbre electoral domina cualquier otra preocupación.

El mundo está en un punto de inflexión. La pandemia aceleró fenómenos que venían observándose en los últimos tiempos. Ahora los problemas son más complejos y de más difícil solución. Es, al menos, lo que se percibe en la discusión internacional sobre la economía, la energía, el medio ambiente, el empleo y los salarios.
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No hay un rumbo claro; no se sabe hacia dónde ir. Libros enteros se dedican al análisis del impacto del covid sobre la economía mundial para concluir que "no lo hemos visto todo" y "no sabemos qué nos espera en el futuro".
El manejo de la economía internacional está lleno de dilemas. La inflación mundial ha ido al alza y se discute si se trata de algo pasajero o permanente. La reactivación de la demanda superó la de la oferta, afectada por la disrupción en las cadenas de suministro y los cuellos de botella en el transporte marítimo. Los economistas debaten en los medios con respecto a la velocidad de la normalización monetaria para enfrentar la inflación, en un mundo inundado de liquidez. Para unos habría que elevar las tasas de interés muy pronto; para otros, la prioridad es el empleo y la recuperación de la actividad productiva. Está en duda la ortodoxia de años pasados. La opción por la cual se defina la política monetaria de Estados Unidos va a determinar el financiamiento de los desequilibrios externos de América Latina.
En Colombia tampoco sabemos para dónde vamos. Las gentes preguntan angustiadas qué va a pasar en las elecciones del año próximo. Por primera vez en muchos años, la incertidumbre electoral domina cualquier otra preocupación y se agrava cuando el candidato que aventaja en las encuestas hace propuestas sacadas del sombrero, de su febril imaginación, sin sustento alguno ni en la realidad ni en mínimos criterios técnicos.
La incertidumbre no es únicamente política. El rebote de la actividad productiva de este año ha sido mayor de lo esperado, pero no implica que hayamos salido de la crisis. En el curso de los dos últimos años, 2021 y 2020, el PIB apenas se habrá expandido 2,3 por ciento, cifra inferior a la del aumento de la población. Y cuando el PIB crece menos de 2,8 por ciento por año, se dispara la pobreza.

El rebote de la actividad productiva de este año ha sido mayor de lo esperado, pero no implica que hayamos salido de la crisis.

El desafío del crecimiento económico futuro es enorme. Como bien lo afirma en informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud) de este año, Colombia está atrapada entre la desigualdad y el bajo crecimiento. Para crecer, generar empleo y aliviar la pobreza se necesita romper la fragmentación del mercado laboral entre formalidad e informalidad. De otra manera, la productividad se mantendrá en un bajo nivel, la economía no crecerá y los ingresos de la mayoría de la población se estancarán.
Hay otros elementos necesarios para crecer. Los desajustes inflacionarios entre la demanda y la oferta agregadas se resuelven por la vía de la política monetaria o de la mayor inversión productiva. Y para invertir se requieren condiciones políticas y económicas que no estarán claras hasta el desenlace electoral y hasta conocer el programa, en materia fiscal, de exportaciones y de desarrollo productivo, de quien gane la presidencia.
El año cerrará con un déficit alto en las cuentas externas, del orden de 5,5 por ciento del PIB, no obstante los buenos precios del petróleo, el carbón y el café. Este desequilibrio se financia con más endeudamiento y con inversión extranjera directa y de portafolio. Dependemos, entonces, de los flujos de capital, y estos, a su vez, de la política monetaria de Estados Unidos. En otras palabras, estamos en situación de vulnerabilidad externa.
Cuando las incógnitas sobre el futuro son mayores que las certezas, los países se encuentran en un equilibrio inestable. En un punto de inflexión.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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