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Defender la democracia

Las instituciones no pueden convertirse en armas políticas que modifiquen las reglas de la política.

Mañana termina, por fin, la larguísima campaña electoral por la Presidencia de la República. Se inicia una nueva etapa de la historia, marcada por la incertidumbre sobre la dirección del país en los próximos años.
(También le puede interesar: Una elección presidencial inédita y crucial)
Nunca tanto había estado en riesgo. Está en peligro el sistema democrático bajo el cual nos hemos gobernado durante doscientos años. Un sistema que permitió enfrentar crisis políticas y económicas muy complejas y defender al Estado de arremetidas tan terribles como, por ejemplo, la del narcotráfico a finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo pasado. Sistema dentro del cual se han realizado reformas importantes, se expidió la Constitución de 1991 y se logró un acuerdo para poner fin al conflicto armado. Sistema que ha permitido el avance económico y social, si bien a ritmos en muchos aspectos no satisfactorios. Todo ello en un marco de libertades que todos los colombianos valoramos en muy alto grado.
La democracia ha estado amenazada en todo el mundo en años recientes: “Aparecieron personajes disruptivos en la política. Los votantes claman por políticas que eran impensables. Explotaron tensiones sociales sumergidas y un sistema de gobierno que parecía inmutable pareciera despedazarse” escribe Yascha Mounk (The People vs. Democracy: Why Our Freedom Is in Danger & How to Save It, Harvard, 2018). Una cosa es el descontento de los ciudadanos con la política, con los políticos, con los partidos y con los gobiernos. Otra, distinta y más grave, añade Mounk, sería el rechazo de la democracia liberal.

En Colombia nos preciamos de la fortaleza de nuestras instituciones y consideramos que estas son la mejor defensa frente al ataque de un presidente. Ojalá sea así.

En Colombia nos preciamos de la fortaleza de nuestras instituciones y consideramos que estas son la mejor defensa frente al ataque de un presidente. Ojalá sea así. Pero las instituciones nunca son lo suficientemente fuertes. En Estados Unidos, cuna de una estricta separación de poderes, Congreso y Justicia flaquearon por momentos frente al presidente Trump y se vivió el horrendo espectáculo del 6 de enero de 2021, el día en que se intentó una toma del Capitolio para desconocer el resultado electoral. ¿Serán las instituciones colombianas capaces de resistir los embates de un presidente cuando no se acojan a su voluntad?
Las democracias solían morir en el pasado por la acción de las armas. Hoy en día, de acuerdo con Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (Cómo mueren las democracias, Planeta, 2018), “las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder. Algunos de esos dirigentes desmantelan la democracia a toda prisa, como lo hizo Hitler en la estela del incendio del Reichstag en 1933 en Alemania. Pero, más a menudo, las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciables”.
Además, “las instituciones por sí solas no bastan para poner freno a los autócratas electos”. Es necesario “defender la Constitución y esa defensa no solo deben realizarla los partidos políticos y la ciudadanía organizada, sino que debe hacerse mediante normas democráticas”. Las instituciones, entonces, no pueden convertirse en armas políticas que modifiquen las reglas de la política: los “articulitos” de la Constitución, al antojo de un presidente autócrata.
Proteger, cuidar y defender la democracia liberal en la etapa que se abrirá desde mañana en la noche debería ser el propósito nacional, un objetivo de todos los colombianos, independientemente de por quién hubieran depositado su voto. Es hora de mirar hacia el futuro, de promover los cambios que suceden a las crisis y de fortalecer las instituciones para, en democracia, satisfacer las expectativas crecientes de una población que merece una vida mejor.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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