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De la esperanza al... pesimismo

De la esperanza al... pesimismo

Para Obama, la esperanza caracterizó sus acciones para enfrentar las dificultades y la incertidumbre. Con Trump hay miedo con respecto a la manera en que se actuará sobre las unas y la otra. El miedo origina el pesimismo.

Esperanza: estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos (RAE).

Pesimismo: propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más desfavorable (RAE).

Este viernes se formalizó en Estados Unidos y en el mundo entero la transición de la esperanza al pesimismo. El presidente Obama representó la primera, como que 'La audacia de la esperanza' es el título de uno de sus libros. El presidente Trump irriga el segundo. Para Obama, la esperanza caracterizó –con éxito parcial, es cierto– sus acciones para enfrentar las dificultades y la incertidumbre. Con Trump hay miedo con respecto a la manera en que se actuará sobre las unas y la otra. El miedo origina el pesimismo.

Tal vez nunca en el siglo XX el sentimiento preponderante en un cambio de gobierno en los Estados Unidos fue el miedo. Ni en las guerras, ni en crisis económicas tan profundas como la depresión de los años treinta o la ‘gran recesión’ de 2008-2009 ni en la situación mundial de 1933 –cuando emergió el nazismo en Europa– hubo tanta desconfianza mundial alrededor de un nuevo mandatario y de su equipo de gobierno. ¿No fue precisamente el presidente Roosevelt, cuyos gobiernos se iniciaron en 1933, quien afirmó que “a lo único que había que tenerle miedo era al miedo mismo”?

El mundo se encuentra en un peligroso momento de confusión. Los eventos del año pasado –el 'brexit' y la elección del señor Trump– fueron dos manifestaciones muy claras de este fenómeno. Pero seguramente hay muchas otras. Porque en los procesos electorales se reflejó el descontento con el orden existente, el que siguió a la caída del muro de Berlín en 1989 con el fin del comunismo, con la globalización, con la acción colectiva multilateral, con la democracia liberal, que se extendió por todo el mundo bajo el liderazgo de la nación más poderosa del mundo y de la cual este depende en la actualidad: Estados Unidos.

Los avances en la tecnología y en las comunicaciones, que conectaron las comunidades nacionales y la mundial, facilitaron como nunca antes la expresión de los individuos y desfogaron el descontento. Ahora tenemos el descontento puro, sin la esperanza de tiempos mejores; solo el miedo ante la incertidumbre y lo desconocido. De cierta forma, el orden liberal está en riesgo, víctima de su propio éxito, medido por la ausencia de guerras mundiales, por el crecimiento económico, por la expansión del comercio internacional, por la existencia de bienes públicos globales, de reglas del juego, de un sistema de instituciones internacionales que busca, mal que bien, asegurar la paz y la justicia.

Al miedo podría contraponerse la ‘audacia del pesimismo’, término que utiliza en su libro sir Mervyn King, exgobernador del Banco de Inglaterra, para referirse a las medidas necesarias para evitar una siguiente crisis financiera. En este caso, la audacia del pesimismo se centraría tanto en la defensa del orden internacional vigente, mientras Estados Unidos sea la potencia dominante, como en evitar la anarquía mundial, si es que el presidente Trump intenta modificar el papel de Estados Unidos, echando por la borda lo que ganó el mundo desde 1945 y arriesgando la democracia liberal, la libertad de expresión, la tolerancia de las ideas contrarias, la división de poderes y la vigencia, en su país y en el globo, del imperio de la ley.

Colombia, como el aliado importante de Estados Unidos en América Latina, debe comprender lo que está en juego en el mundo en los próximos cuatro años y solidarizarse con la defensa del orden internacional existente. Algo que, así no lo crean muchos, nos ha beneficiado en lo económico, lo financiero, lo comercial, lo político y lo militar.

Carlos Caballero Argáez

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