Si algo nos caracteriza es nuestra incapacidad de debatir los temas álgidos. Suelen ser estos los asuntos importantes y los que realmente pueden hacer la diferencia en una sociedad. Nuestra historia está llena de diferencias que terminan en grandes enfrentamientos, y hasta en prolongadísimos períodos de violencia. Parecería que la solución más obvia es tratar de callar a quien piensa diferente, o a quien eventualmente representa intereses diferentes a los nuestros.
Si nos preguntamos cuáles serán los temas que tenemos pendientes por debatir, discutir y resolver en el país, rápidamente muchos pudieran hablar de reforma de la justicia, reforma del sistema electoral, reforma al sistema de salud, reforma de las pensiones, reforma laboral, reforma del estatuto tributario. Esto para no hablar de asuntos más complejos, como de procesos de paz.
La historia de casi todos los intentos por dar pasos adelante se repite una y otra vez: alguien plantea la propuesta, rápidamente es atacada; si se logra llegar a la etapa de debate, los ánimos se caldean, hasta el punto de lograr una hecatombe que termina con la discusión. En algunas ocasiones, también se generan estrategias populistas y hasta movilizaciones para deslegitimar las propuestas, o a los proponentes. ¿Conclusión? No logramos dar los debates profundos que requiere toda sociedad, y menos aún tomar decisiones que en algunos casos no dan espera.
¿Qué decir de los temas de tierras? Una de las mayores fuentes de violencia de nuestra historia, que todavía no cuenta con la claridad jurídica suficiente para que campesinos, agricultores medianos y agroindustriales puedan, con serenidad, adelantar sus actividades. Aunque seguramente a todos les convendría un régimen que clarificara su situación.
En el ámbito más económico hay también una buena lista de temas prácticamente vedados, las políticas industriales, las medidas de defensa comercial, la penalización de la evasión, el incremento en la productividad del trabajo. El mundo ‘técnico’ actúa igual y logra desactivar cualquier intento de cambio.
Estamos atrapados permanentemente en el ‘statu quo’. Esto nos impide, como sociedad, reaccionar al cada vez más vertiginoso acontecer de un mundo que puede cambiar completamente en cuatro meses.
Otra versión es la intención de descalificar a quien opina distinto. Hace unos días, un columnista de este diario llegó a decir que los empresarios no deben opinar sobre temas de política. Una exministra, secundándolo, dijo que los empresarios “asumen posiciones que no les corresponden”, porque “lo público es lo público, y lo privado es lo privado”. Los dos se referían a un llamado hecho en días pasados por un grupo de empresarios a algunos políticos para que adelanten el ejercicio de su función dentro de los cauces de la institucionalidad. Como dato curioso, ellos mismos, y otras voces, reclaman que no haya habido pronunciamientos en otros casos que a ellos les parece sí lo ameritaría. Me pregunto si realmente ellos piensan que algunas personas, entre ellas las que se dedican a la actividad empresarial, no pueden opinar sobre estos temas, o no se pueden unir para expresar su opinión. O simplemente les pareció que la opinión dada era desatinada. Hubiera entendido esta última posición, pero no la de que no es del ámbito de algunos ciudadanos o sector de la sociedad dar su opinión sobre temas nacionales.
Si algo deberíamos sacar de la situación actual es permitirnos dar los debates pendientes; pongámonos la tarea de adelantar conversaciones serias sobre los temas trascendentales, aun sabiendo que pensamos distinto, pero hagámoslo con las buenas intenciones de la búsqueda del bien común. Tendríamos que asumir el riesgo, eso sí, de estar de acuerdo en algunos asuntos. En ese caso tendríamos otros en los que mantener nuestras diferencias.
BRUCE MAC MASTER
Presidente de la Andi