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No más James, por favor

No más James, por favor

El pobre James no es culpable de que la paz en Colombia sea un partido a muerte entre bandos contrarios.

Los medios, en especial la TV, actúan como anteojos de realidad aumentada desde donde se ve el mundo corriendo. Por allí circulan varios escenarios, pero uno de los más fuertes es el deporte y entre estos el fútbol, rey de las sintonías. Razón le asiste a EL TIEMPO TV en su lema ‘Menos fútbol y más deporte’. Pero es una tarea brava. El mundo se ha futbolizado, y este deporte parece ser un espectáculo en clave por donde circulan poderosos intereses económicos, mitos nacionalistas, ataques entre contendores y novedad de narración, que luego se usará en otras atmósferas de la vida social.

Hasta hace poco, los aficionados seguían la camiseta de un equipo local y si acaso del nacional. Hoy en día, por malabares de identidades grupales, la gente se la juega por equipos internacionales y le piden a uno ser del Barcelona o del Madrid. La presencia de un colombiano basta para fortalecer esos lazos fanáticos, y la pantalla sirve para padecer lo que haga James en representación de un país: que hizo el quinto pase antes del gol es noticia; o que está en la banca y así, de paso, ¡toda una nación se siente humillada!

El pobre James no es culpable de que la paz en Colombia sea un partido a muerte entre bandos contrarios; y si antes era Santos contra las Farc, ahora es Santos contra Uribe. O de que un crimen sea narrado como un partido final y entonces todos los días se nos despierta, bajo candente emoción, con el último asesinato. Si se quiere torcer el pescuezo a esta avanzada de la TV que nos mantiene en estado permanente de alerta, habría que apagarla o, mejor, crear otras alternativas de narración que de paso nos permitan ver cómo se nos cuadricula el pensamiento. Pero no se crea que el fútbol es la salida bondadosa del crimen diario, pues, emocionalmente, son dos caras de la misma moneda.

Y hay una tercera cara, la publicidad. Las grandes marcas se imponen mediante la construcción de escenarios fabulosos; no es el producto, sino lo que lo rodea, las chispas a su alrededor: más de la mitad de lo que invierten no es en mejorar el objeto, sino en su imagen. Pero Trump, en su campaña, demostró algo aún más perverso. No hay que gastar en publicidad, sino ofender a los medios. Ya ni siquiera se invierte, sino que la clave está en volverse noticia desastrosa. Los medios contra ellos mismos. ¡Qué golazo!


Armando Silva

ciudadadesimaginadas@gmail.com

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