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Los signos de Duque

Está creando su propia imagen, lejana de aquella pendenciera de su antecesor

Armando Silva
Las manifestaciones públicas del presidente Duque sorprenden, no corresponden al perfil diseñado o que le diseñaron. Probablemente sus férreos opositores lo preferirían reñidor, errado y haciendo visible su descontrol. Otros, sus seguidores, también preferirían verlo en franca lid, en campo de batalla. La frase que identificaba estas expectativas era una: ‘hacer trizas’.
Pero no. Duque casi no aparece. Deja varios de los asuntos a su equipo, por lo que la pantalla y los micrófonos están en otro lado. Se le nota cómodo en este ‘detrás de cámara’, con bajo protagonismo. Las críticas, entonces, tienen otro ensamble: ¿cómo no se hace sentir? Aquella frase de campaña, “no soy un títere ni Uribe un titiritero”, parece incorporada. Está creando su propia imagen, lejana de aquella pendenciera de su antecesor, “hago la pregunta que me da la gana”, y de las de aquellos de antes y mucho antes, cual “la medición testicular”, de Turbay sobre Lleras.
La tradición presidencial de Colombia es altamente machista, guerrera de palabra y patriarcal, al considerarse cada uno padre que arenga sus hijos. Es diciente que, viniendo de un partido de la mayor tradición masculina, se presente con un carácter más cercano a la simbología femenina. Comprensivo, llamando a la unidad de la casa, guardándose ante los insultos, ilusionado con la economía naranja. A las mordaces imágenes de cerdo o de títere que le crearon algunos les sigue ahora la de caricaturizarlo como un niño de colegio, como enunciando que cuando crezca será hombre y macho.
Puede merecer desconfianza por su falta de bravura (¿calzones?). No nos referimos a la cara económica o política, sino estética, que también retrata gestos populistas. Frente al secuestro del niño hijo de alcalde, hubo protagonismo errático por el desbalance en casos similares o chasquidos cuando le dice “mamita” a una espontánea en uno de sus encuentros regionales, gesto de pura clase media que parece reclamar. Lo cierto es que a ese nuevo estilo no estábamos acostumbrados. Vamos en cien días, y aún no se le ha medido la testosterona con alguna situación límite en la que tenga que hacerse ver y actuar desafiante, para placer de muchos. Los días llegarán, y veremos hasta dónde mantendrá su equilibrio de presidente afable de clase media, enmarcado en una escena discreta, que lo hace invisible.
ciudadesimaginadas@gmail.com
Armando Silva
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