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Miedo a Rusia

Desde ahora el Báltico va a ser un mar de alta tensión, con potencial nuclear instalado por Rusia.

El miércoles pasado se produjo en Bruselas, sede central de la Otán, uno de los acontecimientos más decisivos desde el final de la Guerra Fría: dos importantes países del norte europeo, Finlandia y Suecia, abandonaban su política de no alineamiento militar y depositaban formalmente su solicitud de inclusión en la Alianza Atlántica. Es poco probable que Rusia intente alguna acción contra estos países, convertidos ya en enemigos suyos, pero, en todo caso, el paso dado por los nórdicos ¿contribuirá realmente a una mayor seguridad en Europa o aumenta la sensación de peligro en todo el continente en un momento de máxima tensión?
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Como cualquier país democrático y soberano, Finlandia y Suecia –que no se encuentran bajo amenaza directa alguna– tienen derecho a solicitar su entrada en la Alianza Atlántica, pero no parece muy justificado el miedo a Rusia, que nunca se ha planteado atacarlos y los hace apartarse de su voluntad de quedar fuera de alianzas militares que se prolongó durante 80 y 200 años, respectivamente. La apuesta de Finlandia y Suecia de incorporarse a la Otán cambia el horizonte de seguridad en el norte de Europa y el Ártico, anuncia una impredecible presión rusa sobre el Báltico y aleja un poco más la posibilidad de un final negociado a la guerra en Ucrania.
Es cierto que los dos países han vivido siempre con un cierto temor de fondo hacia el vecino soviético, hoy ruso. Con sus menos de 6 millones de habitantes, Finlandia se independizó de Rusia en 1917 y sufrió después dos guerras con los soviéticos, en una de las cuales se apropiaron de parte de su territorio. El miedo al vecino, del que lo separan 1.360 kilómetros de frontera, ha sido patente, aunque larvado, durante 80 años, con un millón de reservistas y abundantes instalaciones militares abiertas o camufladas en todo su territorio. El Partido Socialdemócrata ha cedido ante una opinión alarmada tras los hechos de Ucrania y ha roto su tradición de no alineamiento.

La apuesta de Finlandia y Suecia de incorporarse a la Otán cambia el horizonte de seguridad en el norte de Europa y el Ártico y anuncia una impredecible presión rusa sobre el Báltico.

Por su parte, Suecia también está viviendo, después de siglos de neutralidad militar, el temor creciente al coloso ruso. El propio ministro de Defensa, Peter Hulqvist, acaba de declarar que “no se puede descartar la posibilidad de un ataque (ruso) a Suecia”. El país ha vivido desde la Guerra Fría en una semialerta permanente, con decenas de instalaciones camufladas en los bosques con aviones y pertrechos de guerra. Su flanco más débil es la isla de Gotland en mitad del Báltico, el territorio más vulnerable a la amenaza rusa por su posición estratégica y donde no han dejado de vivir con temor a la potencia vecina desde el final de la II Guerra Mundial. Lo pude constatar durante mi estancia allí hace muchos años, camino del islote vecino de Farö, donde iba a encontrar al cineasta Ingmar Bergman. Los “amables interrogatorios” con gente vestida de civil sobre mis intenciones y actividades no cesaron, tampoco me fue fácil alquilar un vehículo. Cualquier extranjero era “sospechoso”. Hoy, Gotland está llena de militares y en todas las casa hay folletos sobre cómo actuar si estalla una guerra. No en vano, el dirigente ucranio Zelenski anunció en días pasados que “en Moscú se discute sobre cómo invadir Gotland”.
De momento, Putin ha advertido que Rusia solo intervendrá ante estos nuevos ingresos en la Otán si incluyen armas y suponen una amenaza. Desde ahora el Báltico va a ser un mar de alta tensión, con potencial nuclear ya instalado por los rusos en el enclave de Kaliningrado (entre Polonia y Lituania).
Respecto a la deriva del conflicto ruso-ucraniano, motivo de las adhesiones de Suecia y Finlandia, las últimas declaraciones del secretario de Defensa estadounidense suponen un cambio de estrategia. Para el veterano diplomático español Jorge Dezcállar: “El objetivo de los americanos no es tanto defender o apoyar a los ucranianos, sino utilizarlos para debilitar a Rusia. Vamos hacia una guerra larga de desgaste, donde los riesgos aumentarán para todos. Y ahí hay una delgada línea roja que se puede cruzar en cualquier momento y dar lugar a una conflagración mayor”.
ANTONIO ALBIÑANA
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