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Choques de imperios y contradicciones

Urge solución diplomática internacional en Alto Karabaj por quienes no tengan intereses en la zona.

Antonio Albiñana
En medio de una crisis pandémica cuyo final aparece cada vez más confuso, con la primera potencia del mundo enfrascada en la elección presidencial más decisiva del siglo, el enfrentamiento entre los antiguos imperios turco-otomano y ruso, por un pequeño enclave asiático de apenas 150.000 habitantes, el Alto Karabaj, supone el conflicto geopolítico más importante en la actualidad mundial. Allí se están enseñando los dientes dos potencias con vocación de recuperar su pasado imperial, Turquía y Rusia, enfrentadas ya en otros países como Libia o Siria. Los rusos como potencia nuclear y los turcos pertenecientes a la Otán, donde están aliados con las mayores potencias del mundo. Todo se dirige hacia una guerra de gran envergadura.
Putin, que trata de recuperar su dominio en la antigua área de influencia de la URSS (a la que pertenecían tanto Azerbaiyán como Armenia), intentando superar sus problemas internos al tiempo que se enfrenta a los problemas de sus aliados en crisis, Bielorrusia y Kirguistán. Lo que pase en el Cáucaso marcará el papel de Rusia no solo en el espacio postsoviético, sino en su papel en el equilibrio geopolítico mundial.
Por su parte, Turquía practica un ascenso imperialista en política exterior, con una escalada del enfrentamiento con Grecia por el dominio del Mediterráneo y sus recursos naturales al borde de un conflicto bélico, y con la intervención en el conflicto con Armenia, en cuyo genocidio de 1915 acabó con la vida de más de un millón y medio de personas. Su presidente, Erdogan, con una especie de doctrina que mezcla el islam con un nacionalismo turco militarista, trata de convertirse en una nueva potencia mundial, con el sueño de recuperar el viejo imperio otomano.
Ante la situación explosiva en el Cáucaso –la victoria aplastante de cualquiera de los contendientes significaría una tragedia humana salpicada de terribles ‘limpiezas étnicas’–, urge una solución diplomática internacional de altura, protagonizada por potencias que no tengan intereses en la zona. Una parte decisiva de la paz del mundo se juega hoy en el Alto Karabaj.

Contradicciones

Entre las ideas fuerza de la base electoral de Donald Trump figura la derogación de medidas progresivas de gobiernos anteriores, como el avance en la asistencia sanitaria popular o el derecho al aborto. Las amplias mayorías logradas por los republicanos en la Corte Suprema, con el último nombramiento de la jueza Barrett en sustitución de la desaparecida progresista Ruth Ginsburg, garantizan la deriva reaccionaria de la Corte, aun si ganaran los demócratas la elección presidencial.
En el verano, el presidente Trump, siguiendo a los militantes ‘provida’, según ‘The Financial Times’, creó un ‘comité de expertos’ sobre la investigación con células fetales: el Panel Asesor sobre la Ética de la Investigación en Tejidos. De los 15 elegidos, 10 son antiabortistas declarados por criterios religiosos, asegura la revista ‘Science’. Sorpresivamente, la lucha contra el derecho al aborto ha chocado con la crisis pandémica: algunas de las vacunas anticovid se están desarrollando con células fetales procedentes de abortos voluntarios que donan las mujeres. En realidad, según medios científicos, de esta rutina provienen vacunas actuales como la de hepatitis o el herpes o la rubeola.
Pues bien, cuando Trump, a comienzos de octubre, vio de cara a la muerte por contagio de covid-19, aprobó expresamente ser tratado con medicamentos basados en células fetales. El coctel de anticuerpos que se aplicó al presidente, desarrollado por la empresa Regeneron Pharmaceuticals, fue testado sobre células de tejidos humanos procedentes de un aborto realizado en los Países Bajos, según informaciones del ‘USA Today’. Mientras, la militancia antiabortista mantenía un piadoso silencio. Cuando salió repuesto de su tratamiento, Donald Trump atribuyó su curación a “un milagro del cielo”.
ANTONIO ALBIÑANA
Antonio Albiñana
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