“Nunca se compare con los que están debajo, mire siempre para arriba y aprenda de ellos”. Sabio consejo de mi madre. Y eso voy a hacer ahora, mirando un país admirable. Invitado por Carlos Andrés Torres, recorrí durante 20 días las provincias de Alberta y British Columbia, en Canadá, dando a conocer las bellezas de Colombia al tiempo que visitaba 11 parques nacionales naturales; recorrimos 10.700 kilómetros por espléndidas autopistas y no encontramos ni un solo peaje.
Canadá no atraca a sus ciudadanos. En las carreteras que cruzan parques naturales se paga la entrada al parque, como es obvio. Hace unos meses, nuestro Gobierno anunció la creación de 50 peajes más. En EL TIEMPO apareció el blog de unos argentinos que recorrieron toda América, se enamoraron de Colombia y protestaron porque dijeron que en ningún país visitado hay tantos y tan costosos peajes como en Colombia. El asunto de los peajes aquí es un atraco del Estado.
¿No habrá algún abogado que denuncie ante los tribunales este descarado abuso? Viajar por carretera en este país es ya un artículo de lujo. Es impresionante la celeridad con la que se terminan las obras públicas y privadas en Canadá. Lo pude comprobar. Al llegar yo faltaban algunos pisos para terminar un edificio en Calgary, y al regresar a Colombia ya los habían acabado. Por lo visto, allá no hay Nules ni sus compinches. No más al regresar a Colombia leo que “hay enredadas obras por un billón de pesos... Hay pocos avances en la ejecución de 122 obras financiadas”.
En Teusaquillo, Bogotá, llevan seis meses arreglando unos andenes de dos cuadras desde la Caracas por la calle 40 hacia el occidente. No sabemos cuántos meses más van a seguir incomodando a los vecinos. Pero lo más impactante es comprobar que la prioridad del Gobierno de Canadá es el bienestar y contento de los ciudadanos. En ese país nadie (dije nadie) pasa hambre. El que no tiene qué comer va a determinadas dependencias del Estado y le dan comida. En Canadá, el que pasa hambre es porque quiere.
Si usted no tiene empleo, el Gobierno le colabora monetariamente durante cierto tiempo hasta que consigue trabajo. En Calgary nos montábamos en los tranvías que circulan por el ‘downtown’ y que son movidos por energía solar, y pudiéramos haberlo hecho sin comprar los tiquetes y seguramente no nos los hubieran pedido. Obviamente, no hicimos esa trampa. No quiero pensar qué pasaría en Colombia, donde incluso algunos estudiantes de una conocida universidad de la ‘jai’ de Bogotá se cuelan en el TransMilenio.
Todos los teléfonos públicos de Canadá funcionan. Yo tenía miedo de dejar mis dos cámaras fotográficas en el asiento delantero del carro cuando bajábamos a comer algo a un restaurante. Me convencieron de que las dejara sin problema. Prefiero no hacer comparación con Colombia en este aspecto.
Allá, prácticamente no hay motos en las ciudades. En carretera encontramos casi todos los días algunos ‘harlistas’, que no pasaban de diez e iban de turismo.
En Canadá, los carros no pitan (esto ya es una bendición), siempre guardan distancia de varios metros con el vehículo que va delante, y en los inevitables y cortos trancones que suceden en las carreteras, por asunto de obras, ningún carro adelanta a otro, todos aguardan, y sin pitar. (Continuará).
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Desde este martes hasta el viernes 19 se celebra la XIX Semana de la Montaña en el Colegio Champagnat. Audiovisuales, conferencias, conciertos; Ramón Portilla, invitado internacional. Entrada libre, 6 de la tarde, todos los días.
ANDRÉS HURTADO GARCÍA