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El ‘man’ de los chorizos

Juan Castillo decidió salir de su zona de confort para ajusticiar las imposiciones que lo asfixiaban

Andrés Candela
Ya se ha hablado de él en bastantes medios: “El man que deleita a París con su auténtico chorizo colombiano”, RCN Radio. “Abogado colombiano triunfa en Francia vendiendo chorizos”, Portafolio. “El man de los chorizos, emprendimiento colombiano, rompe las redes en Francia”, Blue Radio. “El man de los chorizos lleva un pedazo de Colombia”, El Diario Vasco; luego, en las propias redes sociales, “(...) lo tenés que conocer, tenés que probar esos chorizos”, el boca a boca en WhatsApp de la comunidad latina en Francia.
Juan David es abogado con diploma decorativo; o sea, ya no ejerce, y cuando lo hizo, no era él; se estaba traicionando a sí mismo todos los días, e incluso llegó a creerse el cuento de la comunión con las leyes, los trajes oscuros de talla exacta y tan rígidos como sotana almidonada, corbatas centradas y bien anudadas para intimidar o aparentar experiencia, almuerzos entre juristas, una novia que, por consiguiente, debía ser llevada al altar y, por último, una familia: todo un establecido rito en las castas paisas que, en ocasiones, es una presión tácita ante la cual muchos sucumben para darse cuenta más tarde de que esos no eran sus verdaderos destinos.
Pero a Juan David Castillo su perjurio interpersonal lo desvelaba, y decidió salir de su ya creciente y prometedora zona de confort para ajusticiar una a una las imposiciones que más lo asfixiaban. Algunas, por el contrario, fueron también una excelente casualidad del destino para él, aunque verdaderamente no son más que nuestra realidad política, atiborrada de torcidos en los cuales se ferian los puestos de aquellos que, como él, no cuentan con un ‘padrino’, y la no renovación de un contrato lo llevó a emprender otro viaje, hasta hoy, sin regreso.
Después de prometerse cambios y romper con su prometida, Juan decidió viajar a San Andrés y hospedarse en un hostal: nada mejor que ese lugar para conocer culturas sin internet e interactuar con viajeros de todas partes del mundo que –en lo absoluto– no se deben confundir con turistas por el mundo. Precisamente allí, Juan se recordó que algún día le gustaría viajar, conocer y aprender a cocinar; no obstante, a su regreso, quedó frío al saber que no le renovarían su contrato de trabajo y con la aún caliente liquidación en mano decidió pagarse los estudios de cocina en Argentina y partir.
Una vez terminados los estudios en Buenos Aires, no tenía ganas de regresar, y tuvo otra breve estadía, en Australia, que le descuadró la vida... “(...) Es el único lugar del mundo donde, para mí, uno se siente completamente alejado de todo, y esa es una sensación de vacío constante en el vientre”, me relataba el ‘man de los chorizos’ ya completamente radicado en París y con varias entregas por cumplir después del encuentro.
Lo llaman constantemente, le preguntan dónde está, cuándo pueden hablar con él, le piden cita y logra impresionarme en pocos minutos porque, precisamente, impresionar no fue en ningún momento su intención; además, vislumbré un excelente relacionista, humanista, y –sin duda– representa mejor el país que cualquier cónsul o embajador de turno en París.
Juan David Castillo, el ‘man de los chorizos’, tiene algo que me gustó mucho antes de conocerlo personalmente: escribe, y lo hace muy bien porque sus textos no aburren; cautiva con cada historia relatada, maneja el símil, no aleja ni alarga los comienzos de sus relatos y describe agradablemente a sus compradores en sus redes sociales después de la entrega de cada domicilio de chorizos. Esa es, precisamente, su mejor carta publicitaria bajo la manga: el producto, que, por cierto, no es una vulgar salchicha mal disfrazada; el trato humano y el breve relato o historia que él les otorga a sus seguidores.
No les resto nada a todo el esfuerzo y el logro de alguien como Egan Bernal en el pasado Tour de Francia, una hazaña se mire desde donde se mire; mas existen millares de personas como el ‘man de los chorizos’, que se ocupa diariamente de cargar el país todos los días en su bicicleta con su producto y su manera de construir su propia marca con el sello colombiano.
Andrés Candela
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