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La América de Alexis de Tocqueville y la de Donald Trump

La América de Alexis de Tocqueville y la de Donald Trump

Lo que se ha puesto de presente en esta última elección presidencial es la fortaleza y gran trayectoria de la democracia norteamericana, donde los Gobiernos se suceden siguiendo las reglas establecidas por sus padres fundadores.

Una semana antes de las elecciones presidenciales de EE. UU., 31-10-2016, escribí en este diario la columna 'De Ronald a Donald, ¿se repetirá la historia?', en la que ponía en perspectiva los fundamentos e ideales que guían al elector promedio norteamericano en la elección de sus líderes, comicios en los cuales no siempre gana quien luzca con más liderazgo intelectual y carisma potencial, sino aquel que logre interpretar mejor los sentimientos y vivencias de lo que durante mucho tiempo se ha definido como el 'american way of life'. Al efecto, puse el ejemplo de las dos veces en las que un gran estadista e intelectual de honda raigambre como Adlai Stevenson había sido vencido por un héroe de guerra como el general Dwight Eisenhower, cuyo prestigio derivaba de haber sido el comandante de las tropas aliadas que vencieron a Hitler en la Segunda Guerra Mundial.

Cité el caso de Ronald Reagan, a quien los medios y ciertos sectores del establecimiento descalificaban en su momento como ignorante de las lides del Estado y persona de ideas fijas y simples, “mal locutor” y “mediocre actor”, y resultó ser uno de los mejores presidentes de Estados Unidos, al cual, junto con el papa Juan Pablo II y Gorbachov, se le atribuye el derrumbamiento del sistema comunista.

Lo que se ha puesto de presente en esta última elección presidencial es la fortaleza y gran trayectoria de la democracia norteamericana, que hoy, 250 años después de haber establecido su Constitución política, no ha sufrido la menor alteración de su vida institucional, y los Gobiernos se suceden siguiendo las reglas y ordenamiento establecidos por sus padres fundadores.

Hoy más que nunca debemos admitir la vigencia de lo que el diplomático francés Alexis de Tocqueville escribió en su clásica obra sobre la democracia en América, a la que le dio el alcance de una revolución, de cuya parte introductoria hemos recogido algunos apuntes, así:

“Concibo una sociedad en la que todos, contemplando la ley como obra suya, la amen y se sometan a ella sin esfuerzo; en la que la autoridad del Gobierno sea respetada como necesaria y no como divina; mientras el respeto que se tributa al jefe del Estado no es hijo de la pasión, sino de un sentimiento razonado y tranquilo. Gozando cada uno de sus derechos, y estando seguro de conservarlos, así es como se establece entre todas las clases sociales una viril confianza y un sentimiento de condescendencia recíproca, tan distante del orgullo como de la bajeza.

“Entiendo que en un Estado democrático, constituido de esta manera, la sociedad no permanecerá inmóvil; pero los movimientos del cuerpo social podrán ser reglamentados y progresivos. Si tiene menos brillo que en el seno de una aristocracia, tendrá también menos miserias. Los goces serán menos extremados, y el bienestar, más general. La ciencia, menos profunda, si cabe; pero la ignorancia, más rara. Los sentimientos, menos enérgicos, y las costumbres, más morigeradas. En fin, se observarán más vicios y menos crímenes.

“Los emigrantes que vinieron a establecerse en América a principios del siglo XVII trajeron de alguna manera el principio de la democracia contra el que se luchaba en el seno de las viejas sociedades de Europa, trasplantándolo al Nuevo Mundo. Allí pudo crecer la libertad y, adentrándose en las costumbres, desarrollarse apaciblemente en las leyes”.

En este debate hemos visto cómo, a partir de un sentimiento de hostigamiento mediático y de retaliación de parte de ciertos grupos que se han sentido maltratados por el entonces candidato y ahora presidente Trump, han tratado de descalificar su elección cuestionando la legitimidad de la misma por el simple hecho de que la mayoría del voto popular, a favor de Hillary Clinton, no se haya visto reflejado en el colegio electoral.

Al respecto hay que recordar los varios niveles sobre los cuales reposa la democracia estadounidense que, como un mecanismo sinérgico, asegura los equilibrios entre los estados federales para impedir que las grandes poblaciones de un estado se impongan, por ese simple hecho, a los estados de menor población. Por ejemplo, la igualdad jurídica de los estados se advierte en la composición del Senado, en el que cada estado tiene igual representación de dos senadores para un total de 102. El voto popular se expresa en la votación para la Cámara de Representantes, en la cual el respectivo número de elegidos depende del total de la votación popular obtenido.

Y con relación a la elección presidencial, en el colegio electoral formado por 544 delegados, cada estado tiene un techo, por ejemplo 50 o 60, de manera que, por alta que sea la votación popular, el techo mencionado es un límite. Y también cada estado tiene reglas especiales para elegir a tales delegados; por ejemplo, hay algunos estados en que la simple mayoría de un voto hace que el ganador se lleve todos los delegados, casos California y Nueva York, mientras que hay otros estados que aplican la proporcionalidad.

Finalmente, creo que el gobierno de Trump será un gobierno de rupturas tanto en el manejo económico como en el político; e internacional, en donde ya estamos viendo la paradoja de que el gobierno comunista chino pide que no se desmonte la globalización, mientras que el representante del capitalismo puro y duro se refugia en el proteccionismo. Creo que con Trump se producirá, para bien o para mal, un reordenamiento del escenario internacional.

Amadeo Rodríguez
* Economista consultor

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