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Donald Trump, ¿populista?

Donald Trump, ¿populista?

Es probable que medios y analistas estén confundiendo de forma interesada 'estilo', ideas superficiales, gestos, mohínes y humor negro con política, con contenidos.

A propósito del estilo excéntrico de su campaña presidencial y la victoria como outsider de la política en Estados Unidos, un poco al margen de la disciplina partidista (radicalizó las líneas ideológicas republicanas hasta avecindarlas con el neofascismo, por lo cual recibió felicitaciones de la extrema derecha europea, Netanyahu y Uribe Vélez), diversos medios y no pocos analistas han dado en la flor de considerar al nuevo presidente –el pintoresco ultramillonario Donald Trump– como “un fenómeno populista”.

Trump ha movilizado mayoritariamente a sus compatriotas con un discurso incendiario, xenófobo y machista que pronto le ganó eficacia simbólica, “sin el apoyo de los grandes referentes del Grand Old Party”. Se apartó de la ortodoxia formalista y aplicó un lenguaje destructivo contra su frágil adversaria, la demócrata Hillary Clinton. La audacia de su mensaje le confirió autenticidad a ojos del sector más decepcionado del electorado de la derecha.

El equívoco y gratuito señalamiento de ‘populista’ no tiene nada de novedoso en el hemisferio occidental. Particularmente con la llegada de fuerzas alternativas democráticas en los años 70 y en el marco de la crisis de la deuda, tras la feroz represión de las dictaduras militares en América Latina y su distanciamiento de Estados Unidos, del FMI y del Banco Mundial, la expresión ‘populista’ se tornó en una especie de acusación moral lanzada para desacreditar a cualquier política o adversario, buscando asociarlo así con algo ilegal, corrupto, autoritario, demagógico, vulgar o peligroso.

Es un concepto gratuitamente estigmatizado de superficialidad por los ‘establishment neoliberales’, contra las tendencias democráticas que buscan canalizar institucionalmente la incorporación de las masas a la vida política. Así, les niegan viabilidad a los movimientos transformadores sin necesidad de asumir un debate serio de ideas y programas (como en Colombia con la muletilla del ‘castrochavismo’ instrumentalizada por la ultraderecha uribista contra el proceso de paz). Desde luego, tal estigma está desprovisto de cientificidad y hasta ahora no ha habido sustento filosófico serio para concederle estatus teórico a esa tacha.

En el caso de Trump, la interesada calificación corresponde a una asociación perversa formulada no para desacreditar la orientación política del magnate, sino para arrojar sombras sobre las nuevas corrientes sociales que claman por ingresar a la institucionalidad política e insubordinarse contra los rígidos preceptos de la tecnocracia neoliberal. Así, el adjetivo ‘populista’ parece poco más que un azote que busca dar credibilidad conceptual a nociones más antiguas y menos sofisticadas, como ‘demagogia’, ‘autoritarismo’ o ‘nacionalismo’. Pero no alcanza a ennoblecer la línea política de Trump.

Siguiendo al influyente filósofo político Ernesto Laclau, advertimos que la palabra ‘populista’ se utiliza con frecuencia simplemente para desacreditar ciertas ideas o decisiones de política económica heterodoxas, asociando a las personas o Gobiernos que las llevan adelante con cosas desagradables como el nazismo o la xenofobia. En todos los casos, el término entraña una connotación negativa. Habitualmente, cuando se habla de populismo se hace referencia a un tipo de gobierno asistencialista, demagógico, de inspiración nacional, que gasta más de lo que tiene y que pasa por sobre las instituciones y la ley amparado en la fuerza que le da el apoyo de esa entidad supraindividual llamada pueblo.

Es probable que en el caso concreto de Trump, medios y analistas estén confundiendo de forma interesada ‘estilo’, ideas superficiales, gestos, mohínes y, aun, humor negro con política, con contenidos. Y aunque formulaciones que se apartan de las líneas programáticas del republicanismo, como su propuesta antiglobalización o su contradicción con los tratados de libre comercio, puedan aparecer como ’referentes populistas’, ellas se contrarrestan con su recalcitrante racismo, sus políticas antiinmigratorias y la amenaza de deportar a millones de indocumentados, así como por el desvanecimiento de su temple en la medida en que avanza su negociación con los poderes duros del establishment republicano y se acerca la ceremonia de su investidura como presidente.


Alpher Rojas

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